martes, 26 de febrero de 2019

El Secreto de la Felicidad



Cierto mercader envió a su hijo con el más sabio de todos los hombres para que aprendiera el Secreto de la Felicidad. El joven anduvo durante cuarenta días por el desierto, hasta que llegó a un hermoso castillo, en lo alto de la montaña. Allí vivía el sabio que buscaba.

Sin embargo, en vez de encontrar a un hombre santo, nuestro héroe entró en una sala y vio una actividad inmensa; mercaderes que entraban y salían, personas conversando en los rincones, una pequeña orquesta que tocaba melodías suaves y una mesa repleta de los más deliciosos manjares de aquella región del mundo.

El sabio conversaba con todos, y el joven tuvo que esperar dos horas para que lo atendiera. El sabio escuchó atentamente el motivo de su visita, pero le dijo que en aquel momento no tenía tiempo de explicarle el Secreto de la Felicidad. Le sugirió que diese un paseo por su palacio y volviese dos horas más tarde.

—Pero quiero pedirte un favor —añadió el sabio entregándole una cucharita de té en la que dejó caer dos gotas de aceite—. Mientras caminas, lleva esta cucharita y cuida que el aceite no se derrame.

El joven comenzó a subir y bajar las escalinatas del palacio manteniendo siempre los ojos fijos en la cuchara. Pasadas las dos horas, retornó a la presencia del sabio.

—¿Qué tal? —preguntó el sabio— ¿Viste los tapices de Persia que hay en mi comedor? ¿Viste el jardín que el Maestro de los Jardineros tardó diez años en crear? ¿Reparaste en los bellos pergaminos de mi biblioteca?

El joven avergonzado, confesó que no había visto nada. Su única preocupación había sido no derramar las gotas de aceite que el Sabio le había confiado.

—Pues entonces vuelve y conoce las maravillas de mi mundo, dijo el Sabio. No puedes confiar en un hombre si no conoces su casa.

Ya más tranquilo, el joven tomó nuevamente la cuchara y volvió a pasear por el palacio, esta vez mirando con atención todas las obras de arte que adornaban el techo y las paredes.

Vio los jardines, las montañas a su alrededor, la delicadeza de las flores, el esmero con que cada obra de arte estaba colocada en su lugar. De regreso a la presencia del Sabio, le relató detalladamente todo lo que había visto.

—¿Pero dónde están las dos gotas de aceite que te confié?, preguntó el Sabio. El joven miró la cuchara y se dio cuenta de que las había derramado.

—Pues éste es el único consejo que puedo darte —le dijo el más Sabio de todos los Sabios—. El Secreto de la Felicidad está en mirar todas las maravillas del mundo, pero sin olvidarse nunca de las dos gotas de aceite en la cuchara.



sábado, 23 de febrero de 2019

Las cuatro esposas



Había una vez un rey que tenía cuatro esposas. Él amaba a su cuarta esposa más que a las demás y la adornaba con ricas vestiduras y la complacía con las delicadezas más finas. Sólo le daba lo mejor.

También amaba mucho a su tercera esposa y siempre la exhibía en los reinos vecinos. Sin embargo, temía que algún día ella se fuera con otro.

También amaba a su segunda esposa. Ella era su confidente y siempre se mostraba bondadosa, considerada y paciente con él. Cada vez que el rey tenía un problema, confiaba en ella para ayudarle a salir de los tiempos difíciles.

La primera esposa del rey era una compañera muy leal y había hecho grandes contribuciones para mantener tanto la riqueza como el reino del monarca. Sin embargo, él no amaba a su primera esposa y aunque ella le amaba profundamente, apenas si él se fijaba en ella.

Un día el rey enfermó y se dio cuenta que le quedaba poco tiempo. Pensó acerca de su vida de lujo y caviló: "Ahora tengo cuatro esposas conmigo pero, cuando muera, estaré solo." Así que le preguntó a su cuarta esposa: "Te he amado más que a las demás, te he dotado con las mejores vestimentas y te he cuidado con esmero. Ahora que estoy muriendo, ¿estarías dispuesta a seguirme y ser mi compañía?" "¡Ni pensarlo!", contestó la cuarta esposa y se alejó sin decir más palabras. Su respuesta penetró en su corazón como un cuchillo filoso.

El entristecido monarca le preguntó a su tercera esposa: "Te he amado toda mi vida. Ahora que estoy muriendo, ¿estarías dispuesta a seguirme y ser mi compañía?" "¡No!", contestó su tercera esposa. "¡La vida es demasiado buena! Cuando mueras, pienso volverme a casar!" Su corazón experimentó una fuerte sacudida y se puso frío.

Entonces preguntó a su segunda esposa: "Siempre he venido a ti por ayuda y siempre has estado allí para mí. Cuando muera, ¿estarías dispuesta a seguirme y ser mi compañía?" "Lo siento, ¡no puedo ayudarte esta vez!", contestó la segunda esposa. "Lo más que puedo hacer por ti es enterrarte". Su respuesta vino como un relámpago estruendoso que devastó al rey.

Entonces escuchó una voz: "Me iré contigo y te seguiré doquiera tus vayas". El rey dirigió la mirada en dirección de la voz y allí estaba su primera esposa. Se veía tan delgaducha, sufría de desnutrición. Profundamente afectado, el monarca dijo: "Debí haberte atendido mejor ¡cuando tuve la oportunidad de hacerlo!"

En realidad, todos tenemos cuatro esposas en nuestras vidas. Nuestra cuarta esposa es nuestro cuerpo. No importa cuanto tiempo y esfuerzo invirtamos en hacerlo lucir bien, nos dejara cuando muramos.

Nuestra tercera esposa es nuestras posesiones, condición social y riqueza. Cuando muramos, irán a parar a otros.

Nuestra segunda esposa es nuestra familia y amigos. No importa cuanto nos hayan sido de apoyo a nosotros aquí, lo más que podrán hacer es acompañarnos hasta el sepulcro.

Y nuestra primera esposa es nuestro espíritu, frecuentemente ignorado en la búsqueda de la fortuna, el poder y los placeres del ego. Sin embargo, nuestro espíritu es lo único que nos acompañará doquiera que vayamos.



lunes, 18 de febrero de 2019

Bibi y Poldi



Dos tortugas protagonizan la mayor historia de amor (y desamor) de todos los tiempos En 2011, tras casi un siglo como pareja, los quelonios Bibi y Poldi rompieron su relación y aún no sabemos por qué

Romeo y Julieta, Marco Antonio y Cleopatra, Juana la Loca y Felipe el Hermoso... Si piensas en las grandes historias de amor que han ocurrido a lo largo de los años, estas son algunas de las que primero te pueden venir a la mente. Pero la leyenda del romance que duró ¡casi un siglo! de Bibi y Poldi las empequeñece a todas.

Bibi y Poldi viven en el Reptilienzoo Happ de Klagenfurt, Austria, y hasta hace poco eran la pareja perfecta. Poldi es elegante, sociable, de ojos brillantes y con predilección por que le rasquen el cuello. Bibi presume de porte regio y se la ha comparado con Greta Garbo. Comparten aficiones: a ambas les gusta tumbarse al sol y comer tomates. Y un dato importante, ambas son tortugas de las Galápagos.

También tienen una historia compartida. Aunque los detalles sobre sus primeros años de vida se pierden en el tiempo, ambas salieron de un huevo sobre el año 1897 y crecieron juntas en un zoo suizo. Su relación sentimental comenzaría en los felices años veinte y se mudaron a Austria en la década de los 70. Para entonces eran una pareja feliz y consolidada.

Pero, según informa la web Atlas Obscura, un aciago día de 2011 todo cambió. Uno de sus cuidadores vio cómo Bibi mordía a Poldi y le arrancaba un trozo de su caparazón. Aunque esta especie de tortugas no tiene dientes, su mandíbula es muy poderosa. Temerosos de que siguieran peleando, al personal no le quedó más remedio que separarlas, tras casi un siglo durmiendo juntas, tras pasar de la mano (o de la pata) por la Gran Depresión, dos guerras mundiales... ¡Qué tragedia!

Por supuesto, sus cuidadores intentaron todo lo que se les ocurrió para que los reptiles volvieran a enamorarse. Citas, juegos, románticas cenas a base de sus tomates favoritos, incluso introdujeron una tortuga de plástico para crear un triángulo amoroso... Nada tuvo éxito. Se les rompió el amor, de tanto usarlo.

Bibi y Poldi viven ahora cada una en su propio apartamento, como dos divorciados que se toleran a regañadientes. Aunque, reacios a rendirse, en el zoo les han instalado una ventana de cristal en la parte que divide los jardines donde ambas ancianas tortugas toman el sol, para que, si quieren, se contemplen sin peligro de mordeduras. Quién sabe, donde hubo fuego...



miércoles, 13 de febrero de 2019

Samadhi



El viento paró. Las aves callaron respetuosas. El cielo entero pareció detenerse a escuchar mientras dentro del alma del santo ermitaño una voz silenciosa parecía elevarlo a otros mundos: Solo cuando el Alma habla las palabras viven. Solo cuando el corazón es libre puede el amor ser expresado. Solo cuando el oído escucha, el verbo actúa. Solo si los ojos son puestos en la luz pueden los pasos ser dirigidos correctamente. Solo si el pensamiento calla, el Maestro habla. Solo en la ausencia de deseos puede la paz florecer. Solo cuando los ídolos caen puede ser encendida la antorcha de la libertad. Solo trascendiendo la pequeñez del ser se llega al santuario interior. Solo en la ausencia de la personalidad, Dios revela su plan. Solo disolviendo la ilusión del tiempo y el espacio se comprende al espíritu...

... Las horas pasaron y el sol brilló nuevamente en el horizonte. Y el santo anciano se sumergió en el Samadhi para despertar en los reinos de Dios.

La Conversión

Y vio un destello repentino que alumbró la noche oscura que lo envolvía y sus ojos no volvieron a mirar como antes. Vio el dolor de los enfermos y supo que necesitaban amor. Que muchas de sus enfermedades eran producto de la falta de amor. Vio al rostro de los delincuentes y supo que en sus actos estaban pidiendo amor porque buscaban protestar por la soledad y la incomprensión que sentían. Vio la angustia de los hambrientos y percibió la falta de amor. Vio la cara de los malvados y crueles y comprendió la soledad y el temor que rodeaban sus corazones y entendió su imperiosa necesidad de amor. Vio los ríos contaminados, las tierras resecas, los valles desiertos y supo que el mundo necesitaba amor. Y entonces pensó: "HOY CANTARÉ AL AMOR, Y MI VIDA SERÁ UN ETERNO ARPEGIO DE AMOR".



sábado, 9 de febrero de 2019

La verdad, la herencia más noble



Ya el sol se había puesto entre el enredo del bosque sobre los ríos. Los niños de la ermita habían vuelto con el ganado y estaban sentados al fuego oyendo a su maestro Gautama, cuando llegó un niño desconocido y lo saludó con flores y frutos. Luego, tras una profunda reverencia, le dijo con voz de pájaro:

—Señor Gautama, vengo a que me guíes por el Sendero de la Verdad. Me llamo Satyakama
—Bendito seas -dijo el Maestro. ¿Y de qué casta eres, hijo mío? Porque sólo un Brahmín puede aspirar a la suprema sabiduría.
Contestó el niño:
—No sé de qué casta soy, Maestro, pero voy a preguntárselo a mi madre.

Se despidió Satyakama, cruzó el río por lo más estrecho, y volvió a la choza de su madre, que estaba al fin de un arenal, fuera de la aldea ya dormida. La lámpara iluminaba débilmente la puerta, y la madre estaba fuera, de pie en la sombra, esperando la vuelta de su hijo.

Lo cogió contra su pecho, lo besó en la cabeza y le preguntó qué le había dicho el Maestro.
—¿Cómo se llama mi padre? -dijo el niño. Porque me ha dicho el Señor Gautama que sólo un Brahmín puede aspirar a la suprema sabiduría.
La mujer bajó los ojos y le habló dulcemente:
—Cuando joven yo era pobre y conocí muchos amos. Sólo puedo decirte que tú viniste a los brazos de tu madre Jabala, que no tuvo marido.

Los primeros rayos del sol ardían en la copa de los árboles de la ermita del bosque. Los niños, aún mojado el revuelto pelo del baño de la mañana, estaban sentados ante su Maestro, bajo un árbol viejo. Llegó Satyakama, le hizo una profunda reverencia al Maestro y se quedó de pie en silencio.

—Dime -le preguntó el Maestro. ¿Sabes ya de qué casta eres?
—Señor, -contestó Satyakama- no sé. Mi madre me dijo: Yo conocí muchos amos cuando joven, y tú viniste a los brazos de tu madre Jabala, que no tuvo marido.

Entonces se levantó un rumor como el zumbido iracundo de las abejas hostigadas en su colmena. Y los estudiantes murmuraban entre dientes de la desvergonzada insolencia del niño sin padre.

Pero el Maestro Gautama se levantó, trajo al niño con sus brazos hasta su pecho y le dijo: —Tú eres el mejor de todos los brahmines, hijo mío, porque tienes la herencia más noble que es de la verdad.



jueves, 7 de febrero de 2019

Ni tú ni yo somos los mismos



El Buda fue el hombre más despierto de su época. Nadie como él comprendió el sufrimiento humano y desarrolló la benevolencia y la compasión.

Entre sus primos, se encontraba el perverso Devadatta, siempre celoso del maestro y empeñado en desacreditarlo e incluso dispuesto a matarlo.

Cierto día que el Buda estaba paseando tranquilamente, Devadatta, a su paso, le arrojó una pesada roca desde la cima de una colina con la intención de acabar con su vida. Sin embargo, la roca sólo cayó al lado del Buda y Devadatta no pudo conseguir su objetivo. El Buda se dio cuenta de lo sucedido y permaneció impasible, sin perder la sonrisa de los labios.

Días después el Buda se cruzó con su primo y lo saludó afectuosamente. Muy sorprendido Devadatta preguntó: — ¿No estás enfadado, señor?
—No, claro que no.
Sin salir de su asombro, inquirió:
— ¿Por qué?
Y el Buda dijo:
—Porque ni tú eres ya el que arrojó la roca, ni yo soy ya el que estaba allí cuando fue arrojada.

El Maestro dice: Para el que sabe ver, todo es transitorio; para el que sabe amar, todo es perdonable. Repite a diario: Perdono a todo el que necesite mi perdón y me perdono a mi mismo, tres veces al levantarte, tres veces al acostarte —por lo menos— y siente que perdonas desde el fondo de tu corazón.

Cuando perdonamos actuamos con la energía de nuestra Presencia de Dios interior... y ten en cuenta que con perdonar te quitas una mochila pesada.



lunes, 4 de febrero de 2019

El Ratón Preocupado



Cuenta una antigua fábula india que había un ratón que estaba siempre angustiado porque tenía miedo del gato. Un mago se compadeció de él y lo convirtió... en un gato.

Pero entonces empezó a sentir miedo del perro. De modo que el mago lo convirtió en perro. Luego empezó a sentir miedo de la pantera, y el mago lo convirtió en pantera. Con lo cual comenzó a temer al cazador.

Llegado a este punto el mago se dio por vencido y volvió a convertirlo en ratón, diciéndole: "Nada de lo que haga por ti va a servirte de ayuda, porque siempre tendrás el corazón de un ratón."



viernes, 1 de febrero de 2019

Nadia Comaneci & Bart Conner



En los Juegos Olímpicos de Montreal, en 1976, una joven gimnasta rumana hizo historia. Nadia Comaneci, de apenas 14 años de edad, logró la hazaña de obtener varias medallas de oro y los jueces le concedieron la calificación de 10 -algo sin precedentes en el mundo de la gimnasia- por la perfección de sus desempeños. Se retiró de las competencias en 1981, después de participar en los Juegos Olímpicos de Moscú, y posteriormente se dedicó a formar a jóvenes atletas.

Bart Conner, gimnasta estadounidense, también participó en las olimpiadas de Montreal y de Moscú como miembro del equipo de su país.

Nadia y Bart se conocieron en 1976 y volvieron a encontrarse en 1991, cuando ella se radicó en Montreal. Bart la invitó a vivir en Oklahoma City y la ayudó a abrirse un espacio en esa ciudad. Ellos se comprometieron en 1994 y se casaron en 1996. Los dos han formado parte del prestigioso Gymnastics Hall of Fame. Crearon las compañía Bart Conner Gymnastics Academy y Perfect 10 Production Company; además, son editores del magazine International Gymnast.

Nadia y Bart están involucrados en muchas obras benéficas. Nadia ha comentado: “Yo uso lo que valgo como leyenda para colaborar en diferentes causas sociales”. Muchos dicen que estos exgimnastas olímpicos, unidos por el amor y por su pasión por el deporte, se han ganado una verdadera calificación de 10 por su matrimonio. En el 2006, la exitosa pareja tuvo un hijo al que llamaron Dylan Paul.

Dos gimnastas olímpicos se reencuentran y se enamoran 15 años después

El amor surge en situaciones inesperadas y cuando menos puedes imaginar

En marzo de 1976, los gimnastas olímpicos Bart Conner y Nadia Comaneci se conocieron por primera vez.

La pareja se encontró en el podio de ganadores en el Madison Square Garden de Nueva York.

Los dos estaban compitiendo en gimnasia deportiva. Bart acababa de ganar en la categoría masculina, mientras que Nadia se llevaba la medalla en la categoría femenina.

Como vemos en este video de una secció del program de Oprah Winfrey, mientras estaban en el podio, Bart y Nadia levantaron sus trofeos. Fue entonces cuando un fotógrafo le dijo a Bart: “Oh, ella es adorable”. Dale un beso en la mejilla. Sería una buena foto “.

Y lo hizo.

Después de la foto, Bart, de 17 años, y Nadia, de 14, se separaron. No pensaron mucho en esa imagen, porque se centraron en sus respectivas carreras deportivas.

Pero poco sabían que volverían a encontrarse, décadas más tarde.

En los Juegos Olímpicos, Bart quedó en el puesto 46, pero Nadia “redefinió nuestro deporte y se convirtió en una superestrella mundial”, dice Bart. Con sus clasificaciones tan diferentes y sus países de origen tan separados (Bart es estadounidense, mientras que Nadia es rumana), los dos no se cruzaron mucho en posteriores competiciones.

No fue hasta 1990, casi 15 años después de ese primer beso en la mejilla, cuando Bart y Nadia se volvieron a ver. Y el resto, como dicen, es historia.

En 1996 celebraron su boda de cuento de hadas en Rumania, y Nadia dice que el día fue un evento nacional. Todos dejaron de trabajar para ver la boda, que se transmitía en vivo por televisión.

Ahora, Bart y Nadia viven juntos en Oklahoma y están criando a su hijo. Aunque parece que fue hace mucho tiempo, la pareja todavía piensa en la imagen que lo inició todo.