jueves, 30 de mayo de 2019

¿Dónde Están las Manos de Dios?



Cuando observo el campo sin arar, cuando los aperos de labranza están olvidados, cuando la tierra está quebrada, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando observo la injusticia, la corrupción, el que explota al débil; cuando veo al prepotente pedante enriquecerse del ignorante y del pobre, del obrero y del campesino carente de recursos para defender sus derechos, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando contemplo a esta anciana olvidada, cuando su mirada es nostalgia y balbucea todavía algunas palabras de amor por el hijo que la abandonó, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando veo al moribundo en su agonía llena de dolor, cuando observo a su pareja y a sus hijos deseando no verle sufrir; cuando el sufrimiento es intolerable y su lecho se convierte en un grito de súplica de paz, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando miro a ese joven antes fuerte y decidido, ahora embrutecido por la droga y el alcohol, cuando veo titubeante lo que antes era una inteligencia brillante y ahora harapos sin rumbo ni destino, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando a esa chiquilla, que debería soñar en fantasías, la veo arrastrar su existencia y en su rostro se refleja ya el hastío de vivir, y buscando sobrevivir se pinta la boca y se ciñe el vestido y sale a vender su cuerpo, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando aquel pequeño a las tres de la madrugada me ofrece su periódico, su miserable cajita de dulces sin vender, cuando lo veo dormir en la puerta de un zaguán titiritando de frío, con unos cuantos periódicos que cubren su frágil cuerpecito, cuando su mirada me reclama una caricia, cuando lo veo sin esperanzas vagar con la única compañía de un perro callejero, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?

Y me enfrento a Él y le pregunto:

— ¿Dónde están tus manos, Señor?, para luchar por la justicia, para dar una caricia, un consuelo al abandonado, rescatar a la juventud de las drogas, dar amor y ternura a los olvidados.

Después de un largo silencio escuche su voz que me reclamó:

—No te das cuenta que tú eres mis manos, atrévete a usarlas para lo que fueron hechas, para dar amor y alcanzar estrellas.

Y comprendí que las manos de Dios somos "TÚ y YO", los que tenemos voluntad, el conocimiento y el coraje para luchar por un mundo más humano y justo, aquellos cuyos ideales sean tan altos que no puedan dejar de acudir a la llamada del destino, aquellos que, desafiando el dolor, la crítica y la blasfemia se reten a sí mismos para ser las manos de Dios.

—Señor, ahora me doy cuenta que mis manos están sin llenar, que no han dado lo que deberían dar, te pido perdón por el amor que me distes y que no he sabido compartir, las debo de usar para amar y conquistar la grandeza de la Creación.



martes, 21 de mayo de 2019

Grandes Charcos Fangosos



Cuando miro un bancal de dientes de león, veo un montón de maleza que se va a apoderar de mi solar. Mis niños ven flores para mami y soplan sobre la blanca pelusa en la que se puede hacer un deseo.

Cuando miro a un viejo borracho y él me sonríe, veo una persona maloliente, sucia, que quiere probablemente dinero y miro en otra dirección. Mis niños ven a alguien que les sonríe y ellos le responden sonriendo.

Cuando oigo música que me encanta, sé que no puedo llevar la melodía y no tengo mucho ritmo así que me siento cohibido y escucho. Mis niños sienten el ritmo y se mueven con él. Cantan las palabras. Si no las saben, inventan las propias.

Cuando siento el viento sobre mi cara, me tenso contra él. Siento que me despeina y me hace retroceder cuando camino. Mis niños cierran los ojos, abren sus brazos y vuelan con él, hasta que caen en tierra riéndose.

Cuando rezo, yo digo a Ti y Tú y otórgame esto, dame eso. Mis niños dicen, "Hola, Dios! Gracias por mis juguetes y mis amigos. Por favor aléjeme de los malos sueños esta noche. Discúlpeme pero no quiero ir al Cielo todavía. Extrañaría a mi Mami y Papi."

Cuando veo un charco de fango, me paro a un lado de él. Veo zapatos enlodados y alfombras sucias. Mis niños se sientan en él. Ellos ven represas para construir, ríos para cruzar y gusanos con los cuales jugar.

¿Me pregunto si se nos dan niños para que les enseñemos o para que aprendamos de ellos?



martes, 7 de mayo de 2019

Los humanos con una sola ala



Un día un ángel se arrodilló a los pies de Dios y habló:

—Señor, visité toda tu creación. Fui a todos los cantos. Estuve en todos los lugares. Vi que eres parte de todas las cosas. Y por eso vine hasta Ti, Señor, para tratar de entender ¿por qué cada una de las personas sobre a tierra tiene apenas un ala? Los ángeles tenemos dos. Podemos ir hasta el Amor que el Señor representa siempre que lo deseamos. Podemos volar hacia la libertad siempre que queramos. Pero los humanos con su única ala no pueden volar. No podrán volar con apenas un ala...

Dios respondió:
—Sí, Yo sé eso. Sé que hice a los humanos solamente con un ala...

Intrigado el ángel quería entender y preguntó: —Pero, por qué el Señor dio a los hombres solamente un ala cuando son necesarias dos alas para que puedan volar?

Sin prisa, Dios respondió:
—Ellos pueden volar sí, mi ángel. Di a los humanos apenas una sola ala para que ellos pudiesen volar más y mejor que Yo o vuestros Arcángeles. Para volar, mi pequeño amigo, tú precisas de tus dos alas. Y aunque libre, tú estás solo... Mas los humanos... los humanos con su única ala precisaran siempre dar las manos a alguien a fin de tener sus dos alas. Cada uno ha de tener un par de alas... Cada uno ha de buscar su segunda ala en alguien, en algún lugar del mundo... para que se complete su par. Así todos aprenderán a respetarse y a no quebrar la única ala de la otra persona, porque pueden estar acabando con sus propias chances de volar. Así, mi ángel, ellos aprenderán a amar verdaderamente a la otra persona... Aprenderán que solamente permitiéndose amar ellos podrán volar. Tocando el corazón de otra persona ellos podrán encontrar el ala que les falta y podrán finalmente volar. Solamente a través del amor podrán llegar hasta donde Yo Estoy... así como lo haces tú, mi ángel. Y ellos nunca, nunca estarán solitarios al volar.



jueves, 2 de mayo de 2019

La Forja del Alma



Lynell Waterman cuenta la historia del herrero que, después de una juventud llena de excesos, decidió entregar su alma a Dios. Durante muchos años trabajando ahincadamente, practicaba la caridad, pero, a pesar de todas su dedicaciones nada perecía andar bien en su vida, muy por el contrario, sus problemas y sus deudas se acumulaban día a día. Una hermosa tarde un amigo que lo visitaba, y que sintió compasión por su situación, le comentó:

—Realmente es muy extraordinario que justamente después de haber decidido volverte un hombre temeroso de Dios, tu vida haya comenzado a empeorar. No deseo debilitar tu fe, pero a pesar de tus creencias en el mundo espiritual, nada ha mejorado.

El herrero no respondió en seguida pues ya había pensando en eso muchas veces, sin entender lo que acontecía con su vida, sin embargo, como no deseaba dejar al amigo sin respuesta, comenzó a hablar, y terminó por encontrar la explicación que buscaba. He aquí lo que dijo el herrero:

—En este taller yo recibo el acero así, sin trabajar, y debo transformarlo en espadas. —¿Sabes tú cómo se hace esto?
—Primero, caliento la chapa de acero a un calor infernal, hasta que se pone al rojo vivo. Enseguida, sin ninguna piedad, tomo el martillo muy pesado y le aplico varios golpes, hasta que la pieza adquiere la forma deseada. Luego la sumerjo en un balde de agua fría y el taller entero se llena con el ruido el vapor, porque la pieza estalla y grita a causa del violento cambio de temperatura. Tengo que repetir este proceso hasta obtener la espada perfecta: una sola vez no es suficiente.

El herrero hizo una larga pausa, y siguió:
—A veces el acero que llega a mis manos no logra soportar este tratamiento. El calor, los martillazos y el agua fría terminan por llenarlo de rajaduras. En ese momento, me doy cuenta de que jamás he de transformarlo en una buena hoja de espada. Y entonces, simplemente lo dejo en la montaña de fierro viejo que ves a la entrada de mi herrería.

Hizo otra pausa más y el herrero terminó:
—Sé que Dios me está colocando en el fuego de las aflicciones. Acepto los martillazos que la vida me da, y a veces me siento tan frío e insensible como el agua que hace sufrir al acero. Pero la cosa que pienso es: "Dios mío, no desistas hasta que yo consiga tomar la forma que Tú esperas de mí. Inténtalo de la manera que te parezca mejor, por el tiempo que quieras —pero nunca me pongas en la montaña de fierro viejo de las almas."