Érase una vez un joven rey de nombre Balduino, que ocupaba el trono de una nación llamada Bélgica. Famoso por su bondad, por su buen carácter y por su religiosidad, este joven rey veía el tiempo pasar, entre obligación y obligación, sin encontrar a una joven que pudiera ser digna de ocupar el trono junto a él. Este hecho, junto a su intensa vida interior, hacía pensar a sus súbditos que, tal vez, su monarca no estuviese decidido a contraer matrimonio, y que cualquier día se llevarían una sorpresa al saber que su rey abandonaría sus responsabilidades para dedicarse a la vida religiosa. Pero no fue así, Balduino era consciente de su responsabilidad y estaba decidido a encontrar una reina para su corazón y para su pueblo.
No, no me dispongo a relatar ningún cuento de hadas, sino una bella historia de amor verdadero, espiritual y eterno, nacida a los pies de Nuestra Señora de Lourdes, en la que queda demostrado que poner nuestros asuntos en las manos de Dios, hace que el resultado sea siempre el adecuado.
Se trata de una historia que fue dada a conocer tras la muerte de Balduino, acontecida en la localidad granadina de Motril, el 31 de julio de 1993. Tiempo después, Joseph Léon Suenens, Cardenal primado de Bélgica recogió la verdad sobre el encuentro entre Balduino y su esposa Fabiola, en un hermoso libro titulado "Balduino. El secreto del rey", con la intención de dar a conocer ciertos aspectos de su personalidad que demostraban una profundidad espiritual fuera de lo común. Para ello, el autor recoge en dicha obra numerosos escritos espirituales del monarca que constituyen todo una lección de vida.
Joseph Léon Suenens era además vicerrector de la universidad católica de Lovaina, cargo que motivó su relación con el rey en diversas reuniones. En uno de esos encuentros, paseando por los jardines de palacio, el joven monarca le confió su preocupación por la cuestión de su matrimonio. En dicha conversación, el cardenal le aconsejó acudir a Lourdes, a lo que Balduino respondió que precisamente acababa de regresar de allí, donde había encomendado a Nuestra Señora de Lourdes esa cuestión tan personal y trascendental para su vida y para su país. Reinando la confianza entre ambos interlocutores, el cardenal se sinceró manifestándole lo mucho que representaba Lourdes para él, pues allí había conocido a la irlandesa Verónica O' Brien, destacada figura de la Legión de María en Europa, quien había marcado su vida. Ante esta confidencia, el rey mostró su interés en conocerla y el cardenal se ocupó de organizar el encuentro.
Dicho encuentro tuvo lugar, y tras el mismo, Verónica escribió al rey y le envió dos libros sobre los que le había hablado durante su conversación: "El Secreto de María" y "El Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen", ambas obras escritas por San Luis Mª Grignion de Montfort, cuya espiritualidad es la razón de ser de la Legión de María. En su carta, Verónica le aseguraba que la Virgen guiaría sus pasos para encontrar a la mujer con la que "amaréis y serviréis mejor al Señor".
Balduino había abierto por completo su corazón en ese encuentro, confesando que pensaba en España como en el lugar adecuado para encontrar a su dama soñada, por ser la tierra de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, cuyos escritos le habían resultado de gran ayuda. Es por ello, que en su correspondencia y comunicaciones con Verónica, se refiere con el nombre de "Ávila" a la destinada a convertirse en su esposa. A partir de esta mención, Verónica experimentó lo que ella llama una revelación divina, suspende todos sus viajes apostólicos y se ofrece al Rey para viajar a España en busca de una esposa ideal, una mujer que reuniese las virtudes cristianas. Balduino aceptó la idea, entregándole una carta en la que depositaba toda su confianza en ella. Dicha carta, junto a la que le entregó el cardenal Suenens, dirigida al nuncio del Papa en Madrid, constituyeron el mejor pasaporte para iniciar su labor de búsqueda, y lograr que el nuncio aceptase colaborar con ella en ese plan que le parecía una verdadera locura. Gracias a la directora de una escuela femenina de Madrid, que conocía bien a las jóvenes aristócratas de la capital, fue como Verónica consiguió una cita con Fabiola de Mora y Aragón, a la que definió como "una bocanada de aire fresco" en la carta en la que informaba al monarca con todo detalle de lo acontecido.
Fabiola era una joven aristócrata madrileña, hija de los Marqueses de Casa Riera, y nacida en el madrileño palacio de Zurbano, hoy sede del Ministerio de Fomento. Joven de esmerada educación, había cursado estudios de enfermería, y hablaba con fluidez varios idiomas. Trabajó como enfermera asistiendo al personal médico y prestando especial atención a los enfermos más desdichados o que se encontraban en situación de soledad. Si algo destacaba en ella era ese afán por ayudar al prójimo, su profunda fe religiosa y su dedicación a las labores de caridad. A primera hora de cada día, asistía a Misa en la iglesia de Santa Bárbara. Vivía con mucha intensidad las prácticas de piedad, especialmente el rezo del Santo Rosario. Además visitaba cada día al Santísimo en la iglesia del Perpetuo Socorro o en la de San Fermín de los Navarros. Fabiola no era frívola, y las fiestas de sociedad no iban con su carácter, hasta el punto que su modo de vida hacía pensar a muchos que terminaría vistiendo los hábitos.
Su tiempo libre lo dedicaba a las artes, especialmente a la música y la pintura, y sobre todo a labores de caridad. Visitaba a los ancianos en el asilo de la calle Almagro, a cargo de las Hermanas de la Caridad. Les llevaba todo tipo de presentes, libros, pasatiempos, tabletas de chocolate... Colaboraba también económicamente con el asilo de las Hermanitas de los Pobres, donde acudía a prestar su ayuda personal sirviendo comidas e incluso lavando los platos. Muy destacado fue su trabajo en las barriadas más pobres de Madrid donde visitaba a los más necesitados, escuchando sus necesidades y prestándoles la ayuda que precisaran. A la puerta de su casa familiar llegaban siempre muchos necesitados y madres de familia con dificultades que conocían bien la bondad de Fabiola, y siempre eran escuchados y atendidos.
Se preocupaba especialmente por los niños, sentía gran amor por sus sobrinos y por los niños pobres a los que visitaba. A todos ellos les contaba maravillosas historias que inventaba, dando pie a otra de sus facetas, la de escritora de cuentos infantiles. Eran relatos en los que destacaba los valores como la bondad, el espíritu de sacrificio, y en los que, a pesar de las dificultades, siempre vencía el bien. Su personalidad puede resumirse diciendo que era alegre, dinámica, profesional, con gran vida interior y gran fe en la divina providencia.
Cuando Verónica conoció a Fabiola, inmediatamente pensó: "Es ella". Tras larga conversación, Fabiola reconoce no haberse enamorado por el momento y haber dejado su vida en manos de Dios, "quizás Él me tenga algo preparado", algo que Verónica ya sabía con certeza, siendo un convencimiento corroborado por una visión que ella había tenido en un sueño, en el cual vio unas imágenes que precisamente encontró en el piso de la aristócrata madrileña.
Tras informar con todo detalle al rey, Verónica queda encargada de organizar un encuentro entre ambos. Para ello, ve de nuevo a Fabiola y le hace entrega de una carta del Cardenal Suenens en la que le confiesa toda la verdad del plan. Ante este hecho, Fabiola se siente confusa, sorprendida, casi se podría decir un tanto engañada, y rechaza cualquier relación con Verónica. Sólo el nuncio fue capaz de convencerla para que depositara su confianza en la irlandesa.
Fabiola consideraba que ella no estaba a la altura de un rey, y además no quería que le reprocharan "delirios de grandeza". Finalmente, decidió aceptar el viaje a Bruselas...Nada ha trascendido de ese encuentro con Balduino, que queda para siempre en el secreto de sus protagonistas.
Tiempo después, Fabiola viaja a Lourdes para encomendarse a Nuestra Señora, y algunas semanas después, volverá allí para encontrarse con el monarca belga. Era julio de 1960. El monarca viajó de incógnito acompañado de un amigo, y Fabiola fue acompañada en esta ocasión de Yvette, colaboradora de confianza de Verónica. Fue en Lourdes, durante largos paseos y extensas conversaciones, asistiendo a la Santa Misa, rezando el Santo Rosario y depositando toda su confianza en el Maestro y en Nuestra Señora, como nuestros protagonistas se fueron descubriendo el uno al otro, navegando en sus almas. Pero dejemos que sea el propio rey quien explique a través de sus escritos ese inolvidable encuentro en Lourdes:
"El contacto surgió maravilloso y de inmediato, y la confianza era recíproca: en pocos minutos la amistad había crecido en ambas partes, y los dos contábamos con la ayuda de Nuestra Señora para que, antes de separarnos en unos días, pudiéramos decirnos un sí el uno al otro. Nos estudiábamos el uno al otro desde dentro. Me gustaban sus observaciones y sus reacciones. Cada vez estaba más convencido que Ávila había sido elegida por la Virgen para ser mi mujer, y por ello le estaba sumamente agradecido a Ella, y a su querido instrumento, Verónica.
Lo que más me gusta de Ávila es su humildad, su confianza en María y su transparencia. Gracias por ponérmela en el camino. Sé que para mí será siempre un gran estímulo para amar a Dios cada día más.
Terminamos el día rezando el Rosario en la Gruta. Pido a Nuestra Señora que me deje sentir cuándo debo declararme...Al día siguiente, durante la Misa, siento el impulso de decirle que la amo, de escribírselo en el misal. Es viernes y le prometo a María retrasar ese gran momento hasta el día siguiente, ofreciéndole esta privación con toda mi alma. Era el día de la fiesta de Santa Isabel de Portugal, hija del rey de Aragón.
Después de esa maravillosa misa, dimos un gran paseo. De repente, cuando nada dejaba prever esta reacción, Ávila me pide que paremos y recemos tres Avemarías a la Virgen para agradecerle todas las delicadezas y su amor por nosotros. Después de lo cual, iniciamos de nuevo la marcha; fue entonces cuando Ávila me dijo: "Esta vez es sí y ya no me volveré a echar atrás"... Era demasiado bonito; tenía ganas de llorar de alegría y gratitud a nuestra Mamá del cielo, que había hecho un nuevo milagro, y a Ávila que se había dejado guiar dócilmente por la mano de Nuestra Señora de Lourdes. Mi amigo e Yvette nos ven llegar del brazo, y Ávila les anuncia que somos novios".
Tras leer este precioso testimonio del rey, uno no puede más que emocionarse ante los regalos de Nuestra Señora.
Regresando cada uno a su país, pues las obligaciones mandan, Ávila (Fabiola) escribe a Balduino las siguientes líneas:
"Tengo tal paz y confianza en Dios sobre lo nuestro...que todo lo que hace que las cosas vayan más rápidamente o más despacio, mejor o peor, sucede sólo porque Dios lo permite y para nuestro mayor provecho espiritual". Ante esto, el rey manifestaba: "¿No es formidable recibir de tu futura mujer una lección tan bella? Me siento orgulloso de mi novia y cada día la quiero más".
En cada aniversario de su encuentro en Lourdes y de aquel día 8 de julio de 1960 en que decidieron unir sus vidas para siempre, el rey renovaba su acción de gracias a Dios por el don de ese encuentro, así lo expresaba en esta nota fechada el 8 de julio de 1978:
"Hace 18 años que Fabiola y yo nos prometimos el uno al otro, al salir de la misa el día de Santa Isabel de Portugal, en Lourdes. Gracias, Señor, por habernos llevado de la mano a los pies de María, y desde entonces, todos los días. Gracias, Señor, por habernos amado en tu Amor y por haber ido creciendo en ese amor día a día".
La imagen que se percibía de la pareja real desde el exterior se correspondía con la realidad, quedando nuevamente demostrado en los apuntes espirituales del Rey, en los que se expresaba de la misma forma a lo largo de los años:
"¿Por qué, Señor, has removido cielo y tierra para darme esta perla preciosa que es mi Fabiola? Tiene una manera de estar con todas las personas que es ideal. Es tan atenta, tan disponible, que entiendo que se la adore. Gracias, Señor".
"Colma a Fabiola de tu santidad. Que viva de tu gozo y de tu paz. Enséñame a amarla con ternura. Haz que tenga de sí misma una imagen más positiva. Haz que se sepa amada por Ti con un amor de predilección. Gracias por haberme dado este tesoro. Aumenta en mí el Amor que viene de Ti para ella...Fabiola da tanto amor que me abrasa el corazón. Su presencia silenciosa y activa es para mí una inmensa alegría. ¡Señor, cuánto me mimas!"
"Jesús, te doy gracias porque has hecho que crezca en mí un amor inmenso por mi mujer. Te agradezco que me hayas dado una esposa que me ama, después que a Ti, por encima de todas las cosas. Qué crezcamos en Ti, Señor".
"Enséñame también a amar a Fabiola alentándola y aceptando su ritmo, que no es el mío; la manera de pensar y de organizarse que le son propias. Enséñame también a respetar su personalidad con todas sus diferencias y sus contradicciones. Jesús, gracias por haberme dado este maravilloso tesoro".
Poco antes de su fallecimiento, el rey manifestaba: "Quiero cada día más a Fabiola. ¡Qué gracia es para mí!"
Esta historia de verdadero amor entre Balduino y Fabiola, sólo se vio truncada por el fallecimiento del rey, acaecida el 31 de julio de 1993. Aunque, mejor sería decir que sólo fue el final de su fase terrenal. Fue la reina quien tuvo el deseo de que el funeral de su amado Balduino se convirtiera en una misa de acción de gracias, transformando el duelo en un día de gloria y de esperanza. El féretro del Rey iba precedido por el cirio pascual, Fabiola vistió de blanco, y la misa fue una celebración de la victoria de la vida sobre la muerte. Fue realmente un funeral inolvidable coronado por la preciosa homilía pronunciada por el cardenal Danneels que concluía diciendo: "Hemos perdido un rey pero Dios nos ha dado en su lugar un intercesor y un protector. Dichoso el pueblo que ha recibido tal rey para gobernarle mientras vivía, y tal ángel para velar por él después de su muerte. Gracias Majestad y querido rey Balduino. Os damos las gracias y os pedimos el último favor, que no nos negaréis: ¡interceded por nosotros!"
El amor de los reyes Balduino y Fabiola fue todo un ejemplo a lo largo de sus años de vida matrimonial. Supieron afrontar juntos, con resignación cristiana, todas las pruebas que Dios puso en su camino, entre ellas cinco embarazos malogrados. Esa tristeza por no haber podido lograr descendencia supieron transformarla en sus corazones de esta manera que el propio rey expresaba: "Nos hemos preguntado por el sentido de este sufrimiento: poco a poco hemos ido comprendiendo que nuestro corazón estaba así más libre para amar a todos los niños, absolutamente a todos"...¿No es una reflexión maravillosa?
Siempre brilló en ellos el amor en toda la extensión de la palabra, su sentido del deber, su disponibilidad total y absoluta, su preocupación sincera por los más desfavorecidos de la sociedad, sus principios firmes, que llevaron al rey a negarse a firmar la ley del aborto. En todo se comportaron ejemplarmente ante su pueblo, sabiendo el rey sufrir físicamente en silencio durante los últimos años de su vida. Todo induce a tener como un referente la vida de este rey cristiano que fue bendecido con la esposa y reina ideal.
La reina Fabiola todavía le sobrevivió muchos años, falleciendo el 5 de diciembre de 2014, fecha en que cruzó la frontera que separa la vida terrenal de la eternidad, en la que vive para siempre al lado de su amado Balduino.
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