Hace 166 años, las calles de Baltimore fueron testigos del andar de un desahuciado y harapiento escritor que se dirigía al lugar donde se enamoró de su esposa, quien había muerto años antes. Ese hombre era Edgar Allan Poe guiado por los delirios que le provocó la nostalgia de la partida definitiva de su prima hermana: Virginia Clemm…
El amor entre Poe y Virginia comenzó a germinar en 1829, cuando la familia de ambos tuvo que vivir bajo el mismo techo en Baltimore por un tiempo. Él tenía veinte años y ella siete. La inocente Virginia le tenía tanta devoción a su primo que, se dice, un día le entregó el mechón de cabello que le arrancó a Mary Devereaux, vecina con la que Poe sostenía un romance, del cual, además, la pequeña era mensajera.
Viéndose presionado por la precaria situación económica que se vivía en Estados Unidos en 1835, Poe se trasladó a Richmond, donde trabajó como redactor en el Southern Literary Messenger.
El escritor había abandonado el lugar donde conoció a Clemm; sin embargo, la idea de casarse con ella persistió cada noche del año hasta que pudo hacerse realidad en mayo de 1836 con ayuda de su tía María, a expensas de Nelson Poe, quien pretendía llevarse a Virginia a su casa con la intención de protegerla del precoz matrimonio. El poeta le había mandado una carta a su tía María Clemm para evitar que se llevasen a Virginia:
“Mi último asidero en la vida, el último de todos, se me escapa. No tengo ningún deseo de vivir y no viviré. Pero he de cumplir mi deber. Amo, usted lo sabe, amo a Virginia apasionadamente, devotamente”.
La ceremonia requirió la falsificación del acta de nacimiento de la casi adolescente, pero se cree que en septiembre de 1835, la pareja, de 27 y 13 años, ya se había casado en secreto.
Todos los autores que se han atrevido a tocar la etapa amorosa de la vida de Edgar Allan Poe afirman que aquella escandalosa unión fue muy feliz, y que, al contrario de lo que la mayoría pensaría sobre el perverso tema de la diferencia de edad en cuanto a las relaciones sexuales, se especula que el vínculo fue casi como el de dos hermanos, tanto así que Poe solía llamarle a su esposa “Sissy” o “Sis”, como sister, hermana, y como lo afirmaron sus amistades: los amantes no compartieron cama sino hasta que Virginia cumplió los 16 años.
Por otro lado, Marie Bonaparte, una de las biógrafas más serias de E.U, sugiere que Virginia pudo haber muerto virgen, mientras que el ensayista Joseph Wood declaró que Poe “no necesitaba a las mujeres del modo en que las necesitan los hombres normales”, además de agregar que al escritor le resultaba repulsivo el tema del sexo.
Virginia solía acurrucarse a un lado del poeta mientras él escribía, y acostumbraba también mantener sus papeles en perfecto orden, como alguien que cuida con su alma algo que sabe valioso.
Poe amaba la ternura de su joven Sissy; quizás en su mente aún era esa chiquilla de los viejos días que le daba alegría a su hogar, o acaso conservaba con amor el pensamiento de saberla más inexperta que él en la vida. Fuese lo que fuese sólo ellos conocían a la perfección cada párrafo de la historia que se estaba escribiendo.
Sin embargo, algo realmente oscuro estaba por suceder. Como por un misterioso acto de venganza orquestado por la familia Poe, los días de Virginia comenzaron a tornarse púrpura y nadie lo sabía, pero lentamente moría de la misma enfermedad que mató a la madre de Edgar: tuberculosis. El apetito se esfumó, las mejillas se enrojecieron, las terribles fiebres aparecieron, el pulso se hizo inestable y, decían los maloras: “lucía un aspecto juvenil, de grandes ojos violáceos y una blancura perlada en el cutis. Su cabello, negro como las alas de cuervo, le daban un aire ultraterrenal”. Toda aquella tragedia rodeada de una desgraciada pobreza.
La desventurada mujer se encontraba agonizando y lo que más le angustiaba era saber quiénes iban a cuidar de “Eddy” en su ausencia, por lo que hizo prometer a su madre que estaría al pendiente de él siempre, y a Mary Star, amiga suya, la encaminó a ser una amiga para su amado, en un gesto de amor puro: haciendo que se tomaran de la mano. Finalmente, Virginia feneció el 30 de enero de 1847, a los 24 años.
Los testigos más fieles del dolor del poeta fueron sus obras, en las que implícitamente plasmó su sentir. Los ejemplos más notorios son Annabel Lee, en el que menciona la trágica muerte de una doncella, Eleonora cuenta la historia de un hombre a punto de contraer matrimonio con su prima; la trama de La caja oblonga expone el lamento de un hombre tras la pérdida de su amante, y hay quien afirma que el famoso relato El cuervo resalta el “nunca más” a través de la sentencia del espectro demoníaco, como un cruel recordatorio.
El descenso de su pequeña compañera hundió a Poe en una profunda depresión que agudizó su sensibilidad al alcohol y lo transformó en un ser humano completamente perdido, “desconectado”. Se cuenta que jamás quiso acercarse al féretro de Virginia porque quería conservar la imagen de la niña llena de vida que un día fue, aunque contradictoriamente decidió inmortalizarla pintando su rostro en acuarela, usando su cadáver como modelo.
Y así como decía Chavela Vargas: “Uno siempre regresa a los sitios donde amó la vida”, Edgar, en su trance ebrio, lunático, casi catatónico, intentó volver a aquella casa donde vio por primera vez los ojos infantiles que amó, pero nunca llegó y fue encontrado en un estado deplorable que lo mató cuatro días después, el 7 de octubre de 1849. Se cree que sus últimas palabras fueron “Lord, save my poor soul” (Señor, salva mi pobre alma).
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