martes, 31 de julio de 2018

José iranzo y Pascuala



El amor entre José Iranzo y Pascuala Balaguer es de aquellos que dejan huella en los corazones de quienes se acercan a conocer a esta entrañable pareja. A pesar de llevar más de 76 años de casados continúaban mirándose a los ojos con el amor y la ternura de antaño.

La historia de amor de estos dos andorranos comenzó en el campo, habitat natural del pastor, entre el trillo y el ganado. «Éramos todavía mocicos cuando yo me fijé en la Pascuala», expresa José. «Ella era guapa y muy inteligente y yo me tenía por feo, por eso pensé que nunca se fijaría en mi», añade el Pastor en un reportaje hace un año con motivo de su centenario.

Pascuala vivía en El Ventorrillo, una masada ubicada a menos de 500 metros de El Saso. Allí pasaba los veranos, cuando regresaba al pueblo tras servir en Tarragona. Y fue en uno de esos veranos mozos cuando conoció a José, quien por aquel entonces trabajaba de criado en un masada próxima a la de Pascuala. Fue precisamente la voz del pastor lo que llamó la atención de la joven. «Yo escuchaba desde mi ventana a los mozos cantar mientras trillaban, y me fijé en la voz de José. Pensé que si se la educaba podría ser un gran cantandor», relata Pascuala.

A José no le hizo falta mucho para enamorarse perdidamente de Pascuala, bastó con entrecruzar unas breves palabras para que el pastor se diese cuenta de que ella era el amor de su vida. Sin embargo, pasaban las semanas y José no lograba reunir el valor suficiente para declararse. Recurrió al hermano de Pascuala, también llamado José. Le hizo saber que quería a Pascuala como novia pero que no se decidía por temor al rechazo.

El hermano de Pascuala transmitió los deseos de José a su madre, la Tía Joaquina, quien mandó llamar a José. Sentados junto al calor del fuego, los futuros yerno y suegra intercambiaron confidencias. El pastor confesó su sentir hacia Pascuala, y Joaquina le animó a declarar su amor a su hija. José no cabía en sí de alegría. Ahora contaba con el apoyo de la familia de Pascuala, quien fue conocedora de los intereses de José a través de su madre. Y fue un domingo, durante el baile, cuando José se lanzó a conquistar a su futura esposa.

La primera prueba de amor llegó antes de la boda en forma de contienda. La Guerra Civil separó a los dos enamorados cuando José fue llamado a filas. Luchó en ambos bandos, siempre guardando en lo más profundo de su alma el recuerdo de su amada Pascuala

Tras trece meses de separación, José y Pascuala se casaron. Fue el 16 de septiembre de 1939, tras las fiestas de San Macario. La boda, la primera celebrada en el templo de Andorra tras la guerra, tuvo lugar a las siete de la mañana. Una hora más tarde el autobús de Correos les llevó hasta la capital maña donde pasaron su Luna de Miel.

Desde entonces, ambos han caminado de la mano, unidos por un amor tan profundo que sólo el paso del tiempo y la suma de vivencias juntos son capaces de construir. Pascuala ha sido el gran apoyo de José durante toda su vida, siempre le animó a formarse en materia jotera para ser un gran cantador.

Asimismo, gracias al buen hacer de Pascuala con el ganado y al apoyo de su familia, el Pastor de Andorra pudo salir del corral y viajar por medio mundo tranquilo, sabiendo que las ovejas quedaban a buen recaudo.

La vida les ha premiado con dos hijos, José Luis y Pascuala. El primero siguió los pasos de su padre en lo que a profesión se refiere. José se complace orgulloso de ver como su descendencia ha logrado mantener y acrecentar el ganado que con tanto esfuerzo levantó. 

Por otro lado, su hija Pascuala, quien sí comparte afición jotera con su padre, siguió el camino de la fe al convertirse en religiosa. Actualmente ha regresado junto a sus padres para asistirles en sus años de vejez. Dos nietos y un bisnieto completan el álbum familiar de José y Pascuala.

El Pastor de Andorra resume su vida junto a Pascuala con una única palabra: Felicidad. «Nunca hemos discutido, ni nos hemos dirigido una mala palabra. Hemos sido muy felices juntos», afirma sincero José.

Despedida de José Iranzo, el Pastor de Andorra, un hombre libre y feliz

El cantador de jota José Iranzo ha fallecido el 22 de noviembre en Andorra a los 101 años. En diversas entrevistas afirmó que solo quería ser recordado como un pastor, pero es ya una figura histórica de la jota y el folclore aragonés. Sin embargo, nada causa tanta admiración como la filosofía que practicó toda su vida: hacer lo que le gustaba y querer mucho a la familia. La carrera del Pastor contó con el incondicional apoyo de su esposa, Pascuala Balaguer, que le animó a emprender la aventura de ser cantador profesional, y de sus hijos, José Luis y Pascuala.








sábado, 28 de julio de 2018

Azita y Siavash



Tras años de persecución y carcel, Azita y Siavash pudieron vivir su amor en libertad.

Me encuentro en un tupido bosque en el noreste de Grecia, cerca de la frontera turca. Estuve todo el día ocultándome entre el follaje bajo la lluvia, y siento escalofríos. Pero no me importa. Mañana veré a mis padres y a mi hermana menor por primera vez en seis años. Ellos están en Atenas, a salvo. Le pagaron 6.000 euros a un contrabandista —todo lo que les quedaba— para que me sacara de Irán junto con mi esposo, Siavash.

Siavash y yo somos parte de un grupo de 10 refugiados. El contrabandista nos había dicho antes que Atenas no estaba muy lejos y que debíamos escondernos en el bosque hasta que nos diera la señal de seguir adelante; luego nos dejó solos en la oscuridad.

Se acerca una camioneta. Reduce la velocidad hasta detenerse en la ruta, a pocos metros de mí. El corazón me late con fuerza. Me pregunto si son los hombres a los que se les pagó para que nos llevaran a Atenas.

No son. Cuando me descubren, uno de ellos me patea con tanta fuerza en la rodilla que me caigo. El otro me levanta y a empujones me obliga a caminar. Me dice a gritos que es agente de la policía fronteriza griega y que estoy arrestada. Me lleva adonde están los otros nueve detenidos, y nos meten a todos en el vehículo.

Infancia y comienzos

Esa noche de junio de 2006 tenía yo 26 años, y hacía seis que estaba huyendo de las autoridades iraníes junto con Siavash. Aun así, tengo muchos recuerdos gratos de mi infancia en Irán. Sentada en el regazo de mi padre, lo escuchaba contar historias, o lo veía ayudar a mi madre en la cocina. En un tiempo mi familia tuvo dinero. Mi papá y su hermano, Ahad —el padre de Siavash—, tenían puestos en el gobierno, pero cuando el sha de Irán fue derrocado, en 1979, papá perdió su trabajo y tuvimos que mudarnos de una casa grande en Teherán a una pequeña en el suburbio de Karaj. Luego, a principios de los años 80, Ahad murió y Siavash se quedó sin padre. Mi familia lo crió como a un hijo más. Hasta que tuve cerca de 12 años, me dijeron que Siavash era mi hermano.

En Karaj, mi papá trabajaba como fotógrafo. En 1989 lo encarcelaron por unirse a una protesta contra el régimen. Para soportar esto, me aferré a Siavash. Lo admiraba por su fortaleza de ánimo y su seguridad en sí mismo.

Amor con Siavash

Al año siguiente me enteré de que no éramos hermanos. Nos enamoramos a los 16 años, y mi papá dio su consentimiento. “En Irán no es fácil salir y tener novios ­—dijo—, así que, si se quieren, no hay nada malo en ello. No son hermanos de sangre”.

Siavash y yo nos casamos en 1998. El día de nuestra boda fue el más feliz de mi vida. Me puse un vestido blanco, y todos compartieron nuestra dicha. Todavía recuerdo las sonrisas de mis padres y de mi hermana.

Protesta y encarcelamiento

Nuestra felicidad se vio ensombrecida pronto. En julio de 1999 asistíamos a la Universidad de Teherán. Yo estudiaba Pintura, y Siavash, Literatura. Cuando el gobierno decidió cerrar un periódico reformista, los estudiantes protestaron. En represalia, miembros del Basij, la fuerza paramilitar iraní, irrumpieron en los dormitorios, incendiaron algunos de ellos y arrojaron por las ventanas a sus ocupantes. El 14 de julio, estudiantes de todo el país se unieron en manifestaciones más enérgicas.

Aunque Siavash y yo conocíamos los riesgos de unirnos a la protesta —cárcel, violación y tortura—, nos sumamos a ella. Las calles se llenaron con miles de personas que lanzaban consignas y vítores. El temor flotaba en el ambiente, pero también el entusiasmo. Queríamos creer que nuestra protesta cambiaría al país.

De pronto, los Basij me derribaron. Tanto a Siavash como a mí nos inmovilizaron boca abajo en el suelo, y nos golpearon con garrotes y con los puños. Empecé a asfixiarme con el gas lacrimógeno y el aerosol de pimienta. Nos detuvieron y nos encarcelaron por separado durante seis meses.

Esposada y con los ojos vendados, me interrogaron sobre mi participación en la protesta. ¿Por qué estaba yo allí? ¿Quién era el líder? ¿Quién más pertenecía a mi “organización”? ¿Por qué llevaba yo un crucifijo? Me tenían contra una pared y me pateaban sin piedad. Hoy, debido a los golpes en las rodillas que me dieron los carceleros en Irán y, años después, los guardias fronterizos griegos, no puedo caminar distancias grandes.

Les dije que no pertenecía a ningún grupo, y que no sabía el significado del crucifijo; que sólo pensaba que era bonito. Pero la verdad era otra: mi abuelo paterno era cristiano. Se había convertido hacía muchos años, antes de que yo naciera, pero cuando el sha fue derrocado, se empezó a tratar a los cristianos conversos como a criminales. Manteníamos en secreto nuestra religión, y asistíamos al culto en capillas improvisadas en los sótanos de las casas de otros fieles.

El esperado reencuentro

No supe si mi adorado Siavash estaba vivo o muerto hasta seis meses después, cuando nos liberaron. Me contó que a él también lo habían golpeado. En el momento en que nos detuvieron llevaba consigo una Biblia y tuvo que inventar una historia rápidamente: les dijo a los interrogadores que alguien le había dado el libro durante la protesta. Los hombres lo presionaron para que confesara haber tramado con otros estudiantes el derrocamiento del régimen. Querían que les dijera los nombres de esos jóvenes. Él se negó, y lo amenazaron con violarme si no cooperaba. Siavash oyó gritos procedentes de otro cuarto y pensó que me estaban violando. No era yo, pero sí otra persona.

El documento que firmamos al salir de la prisión dejaba en claro que no éramos cristianos, y que si alguna vez se demostraba que habíamos mentido, nos matarían. También nos hicieron prometer que nunca volveríamos a participar en actividades contra el gobierno. Si nos atrapaban haciéndolo, nos costaría la vida.

No nos permitieron volver a la universidad. Nuestra familia había perdido todo —trabajo, casa, libertad de culto y ahora nuestra educación—, pero estábamos decididos a defender nuestra libertad a toda costa.

Una nueva protesta

En febrero de 2000, unos meses después de las manifestaciones estudiantiles, mi padre organizó una protesta en el aniversario de la llamada Revolución Iraní de 1979. Esta vez la filmé. Policías vestidos de civil me agarraron e intentaron arrojarme al suelo, como lo habían hecho antes los Basij, pero otros manifestantes se arremolinaron en torno a nosotros y de repente me vi corriendo con Siavash.

 Sabíamos que la policía iría a nuestra casa, así que nos dirigimos a la estación de ómnibus. Tomamos el primero que salió, a Arak, una ciudad del oeste del país. Pasamos seis días escondiéndonos, esperando encontrar un hogar nuevo y permanente donde pudiéramos salir y ser libres. Sabíamos que no podríamos volver.

Escondidos en busca de la libertad

En Arak nos mantuvimos en contacto con mi familia por medio de amigos, quienes usaban claves secretas para decirles dónde estábamos. 

Mi familia nos enviaba dinero para que pudiéramos sobrevivir. A veces pasábamos semanas escondidos en casa de algunos de los amigos de la familia. Sólo nos atrevíamos a salir al amparo de la noche para buscar alimento; en ocasiones nos teníamos que conformar con comer hierbas y pasto.

Camino a Grecia

Unos años después, mis padres y mi hermana huyeron de Irán. Primero fueron al este, a Paquistán. A finales de 2005 llegaron a Grecia, y nos mandaron decir que nos preparáramos para reunirnos con ellos. Fue entonces cuando contrataron al contrabandista para que nos sacara de Irán. 

Siavash y yo iniciamos el viaje en la primavera de 2006. Siguiendo al contrabandista, cruzamos a pie las montañas del Kurdistán. En cierto momento me desmayé a causa de la fatiga y la mala alimentación, y Siavash tuvo que llevarme a cuestas. Recorrimos Turquía, cruzamos la frontera y entramos en Grecia. Fue allí, en el bosque, donde fuimos capturados por la policía.

La cárcel otra vez

Pasamos un día detenidos y luego nos enviaron de vuelta a Turquía. Estuvimos en una cárcel durante casi un año. Las celdas estaban repletas de personas desesperadas, hambrientas y cansadas como nosotros: refugiados de Moldavia, Marruecos, Somalia e Irán. Las condiciones allí eran peores que las de la cárcel de Teherán. Las cloacas se desbordaban, y los inodoros perdían tanta agua que nuestras celdas se inundaban hasta 30 centímetros de altura. A Siavash lo golpeaban todo el tiempo. ¿Nuestro delito? No tener papeles legítimos para entrar en ningún país. Los pasaportes que el contrabandista nos había dado eran falsos.

Las autoridades turcas querían deportarnos a Irán, donde nos esperaba la ejecución. Siavash y yo podríamos estar aún en una prisión turca, o tal vez muertos, si dos iraníes que vivían en Occidente no se hubieran enterado de nuestra situación. Reza Pardisan, residente en Londres, y Nazanin Afshin-Jam, en Vancouver, presentaron nuestro caso ante el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. En 2007 nos concedieron el estatus de refugiados y nos sacaron de la cárcel.

Finalmente en libertad

Reza ofreció ayudarnos a pagar el alquiler de un departamento en Turquía hasta que la ONU encontrara un país dispuesto a recibirnos. Esperamos dos años, y yo recé todas las noches por que fuera Grecia, para poder reunirme con mi familia. Pero el que nos dio asilo fue Canadá, en 2009. Ningún otro país quiso hacerlo. Ahora vivimos en Vancouver, no lejos de Nazanin. Estudiamos inglés en una universidad.

Siavash y yo estamos sanos y a salvo. Asistimos a una iglesia real, no a un sótano. No tememos ser cristianos ni denunciar al gobierno iraní.

Una vez por semana hablo por teléfono con mis padres y mi hermana, quienes aún viven en Atenas. Me duele que no estemos juntos. Mi deseo es que nos reunamos, ya sea en Canadá o en Grecia, pero no tendremos dinero para viajar hasta que aprendamos inglés y consigamos trabajo.

No pasa un día sin que me acuerde de aquel bosque en el noreste de Grecia. ¡Habíamos estado tan cerca de la libertad! Por las noches, antes de quedarme dormida, cierro los ojos e imagino a mi padre caminando de un lado a otro en la cocina, a mi madre mirando el reloj de la pared, y a mi hermana rezando por que todos estemos juntos muy pronto.

miércoles, 25 de julio de 2018

La Asamblea de la Carpintería



Cuentan que en la carpintería hubo una vez una extraña asamblea. Fue una reunión de herramientas para arreglar sus diferencias. El Martillo fue nombrado Director de Debates, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar: La causa, ¡hacía demasiado ruido! Y se la pasaba el tiempo golpeando. El Martillo aceptó la culpa, pero pidió que también fuera expulsado El Tornillo, dijo que había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo. Ante el ataque El Tornillo aceptó también, pero a su vez pidió la expulsión del Papel de Lija. Hizo ver que era muy áspera en el trato y siempre tenía fricciones con los demás. Y La Lija estuvo de acuerdo, a condición de que fuera expulsado El Metro que siempre se la pasaba midiendo a los demás según su medida, como si fuera el único perfecto.

En ese momento entró el carpintero, se colocó el delantal e inició su trabajo. Utilizó El Martillo, El Papel de Lija, El Metro, y al Tornillo. Finalmente, la tosca madera inicial se transformó en un lindo mueble.

Cuando la carpintería quedó nuevamente sola, la asamblea reanudó su deliberación, fue entonces cuando tomó la palabra el Serrucho y dijo: Señores ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades. Eso nos hace valiosos. Así que no pensemos ya en nuestros puntos malos y concentrémonos en la utilidad de nuestros puntos buenos. La asamblea encontró entonces que El Martillo era fuerte, El Tornillo unía y daba fuerza, La Lija era especial para afinar y limar asperezas y observaron que El Metro era preciso y exacto.



sábado, 21 de julio de 2018

El Muro



Dicen que una vez un hombre era perseguido por varios malhechores que querían matarlo. El hombre ingresó a una cueva. Los malhechores empezaron a buscarlo por las cuevas anteriores de la que él se encontraba. Con tal desesperación elevó una plegaria a Dios de la siguiente manera:

"Dios todopoderoso, haz que dos ángeles bajen y tapen la entrada para que no entren a matarme". En ese momento escuchó a los hombres acercándose a la cueva en la que él se encontraba, y vio que apareció una arañita. La arañita empezó a tejer una telaraña en la entrada. El hombre volvió a elevar otra plegaria, esta vez más angustiado:

"Señor, te pedí ángeles, no una araña." Y continuó: "Señor, por favor, con tu mano poderosa coloca un muro fuerte en la entrada para que los hombres no puedan entrar a matarme". Abrió los ojos esperando ver el muro tapando la entrada, y observo a la arañita tejiendo la telaraña. Estaban ya los malhechores ingresando en la cueva anterior de la que se encontraba el hombre y éste quedó esperando su muerte. Cuando los malhechores estuvieron frente a la cueva en la que se encontraba el hombre ya la arañita había tapado toda la entrada, entonces se escucho esta conversación:

Primer hombre: "Vamos, entremos a esta cueva." Segundo hombre: "No. ¿No ves que hasta hay telarañas?, nadie ha entrado en ésta."

La fe es creer que se tiene lo que no se ve, perseverar en lo imposible. Hay una frase muy bella que dice: " Si le pides a Dios un árbol te lo dará en forma de semilla". Pedimos cosas que desde nuestra perspectiva humana son lo que necesitamos, pero Dios nos da aquellas con las cuales nos muestra que con cosas muy sencillas Él puede hacer mucho más. Como en esta lectura a veces pedimos muros para estar seguros, pero no tendría ningún mérito pues sabríamos y tendríamos la certeza de que estamos protegidos, Dios en cambio nos pide además confianza en Él para dejarlo que su Gloria se manifieste y haga que algo como una telaraña nos dé la misma protección que una muralla. Si has pedido un muro y no ves mas que una telaraña, recuerda que Dios puede convertir las cosas... y confía en Él.



miércoles, 18 de julio de 2018

La Ermita



El viejo Haakon cuidaba cierta Ermita. En ella se veneraba un crucifijo de mucha devoción. Este crucifijo recibía el nombre, bien significativo, de "Cristo de los Favores". Todos acudían allí para pedirle al Santo Cristo. Un día el ermitaño Haakon quiso pedirle un favor. Lo impulsaba un sentimiento generoso. Se arrodilló ante la imagen y le dijo:

—"Señor, quiero padecer por ti. Déjame ocupar tu puesto. Quiero reemplazarte en La Cruz." Y se quedó fijo con la mirada puesta en la Sagrada Efigie, como esperando la respuesta. El Crucificado abrió sus labios y habló. Sus palabras cayeron de lo alto, susurrantes y amonestadoras:
—"Siervo mío, accedo a tu deseo, pero ha de ser con una condición."
—"¿Cuál, Señor?", preguntó con acento suplicante Haakon.
—"Es una condición difícil", dijo el Señor.
—"Estoy dispuesto a cumplirla con tu ayuda, Señor", respondió el viejo ermitaño. —"Escucha: suceda lo que suceda y veas lo que veas, has de guardar siempre silencio".
Haakon contestó: —"Os, lo prometo, Señor". Y se efectuó el cambio. Nadie advirtió el trueque. Nadie reconoció al ermitaño colgado de cuatro clavos en la Cruz.

El Señor ocupaba el puesto de Haakon. Y éste por largo tiempo cumplió el compromiso. A nadie dijo nada. Los devotos seguían desfilando pidiendo favores. Pero un día llegó un rico, después de haber orado dejó allí olvidada su cartera. Haakon lo vio y calló. Tampoco dijo nada cuando un pobre, que vino dos horas después, se apropió de la cartera del rico. Ni tampoco dijo nada cuando un muchacho se postró ante él poco después para pedirle su gracia antes de emprender un largo viaje. Pero en ese momento volvió a entrar el rico en busca de la bolsa. Al no hallarla pensó que el muchacho se a había apropiado. El rico se volvió al joven y le dijo iracundo:

—"¡Dame la bolsa que me has robado!". El joven sorprendido, replicó:
—"No he robado ninguna bolsa".
—"No mientas, ¡devuélvamela enseguida!.
—"Le repito que no he cogido ninguna bolsa", afirmó el muchacho.
El rico arremetió, furioso contra él. Sonó entonces una voz fuerte:
—"¡Detente!" El rico miró hacia arriba y vio que la imagen le hablaba. Haakon, que no pudo permanecer en silencio, gritó, defendió al joven, increpó al rico por la falsa acusación. Este quedó anonadado, y salió de la Ermita. El joven salió también porque tenía prisa para emprender su viaje. Cuando la Ermita quedó a solas Cristo se dirigió a su siervo y le dijo:
—"Baja de la Cruz. No sirves para ocupar mi puesto. No has sabido guardar silencio".
—"Señor", dijo Haakon, "¿cómo iba a permitir esa injusticia?" Se cambiaron los oficios. Jesús ocupó la Cruz de nuevo y el ermitaño que quedó ante el Crucifijo. El Señor, clavado, siguió hablando:
—"Tú no sabías que al rico le convenía perder la bolsa pues llevaba en ella el precio de la virginidad de una joven mujer. El pobre, por el contrario, tenía necesidad de ese dinero e hizo bien en llevárselo; en cuanto al muchacho que iba a ser golpeado, sus heridas le hubiesen impedido realizar el viaje que para él resultaría fatal. Ahora, hace unos minutos acaba de zozobrar el barco y él ha perdido la vida.
Tú no sabías nada. Yo sí sé. Por eso callo". . . Y la sagrada imagen del crucificado guardó silencio.

¡Cuántas veces pretendemos dirigir nuestro destino creyendo que es lo mejor para nosotros!. Sólo Dios sabe lo que es mejor para nosotros. Hay que aprender a aceptar su Santa voluntad, aunque a veces no la comprendamos.



domingo, 15 de julio de 2018

La vasija de agua desvencijada



Un aguatero en la India tenía dos grandes vasijas, cada una colgaba de cada extremo de un palo que llevaba a través del cuello. Una de las vasijas tenía una rajadura en ella, y mientras que la otra estaba perfecta y siempre entregaba una porción completa de agua al final de una larga caminata desde el arroyo a la casa del patrón, la vasija desvencijada llegaba solamente medio llena. Por dos años enteros esto pasó diariamente, con el aguatero entregando solamente una vasija y media de agua al patrón de la casa. De hecho, la vasija perfecta estaba orgullosa de sus logros, perfectos para el final al cual había sido hecha. Pero la pobre vasija desvencijada estaba avergonzada de su propia imperfección, y miserable de que era capaz de solo lograr la mitad para lo que había sido hecha.

Después de dos años de lo que percibió como una amarga falla, habló al aguatero un día por el arroyo. "Yo estoy avergonzada de mi misma, y quiero disculparme con Usted." "¿Por qué?," preguntó el aguatero. "¿De qué está avergonzada?" "He sido capaz, por estos dos años pasados, de entregar solamente la mitad de mi carga porque esta rajadura en mi costado causa que el agua se fugue hacia afuera a lo largo de la vía hasta el regreso a la casa de su patrón. A causa de mis fallas Usted ha tenido que hacer todo este trabajo y no consigue el valor completo de sus esfuerzos," la vasija dijo. El aguatero se sintió triste por la vieja vasija desvencijada, y en su compasión dijo, "Como retorne a la casa de mi patrón, quiero que note las hermosas flores a lo largo del camino."

Evidentemente, a medida que fueron escalando el monte la vieja vasija desportillada notó al sol calentando las hermosas flores silvestres al lado del sendero, y esto la alegró algo. Pero al final de la senda, aún se sintió mal porque estaba fugándose la mitad de su carga, y de nuevo se disculpó ante el aguatero por su falla. El aguatero dijo a la vasija, "¿Notó que había flores solamente en su lado de la vía, pero no en el lado de la otra vasija? Eso era porque yo siempre he sabido de su falla, y saqué provecho de ella. He plantado semillas de flores en su lado del camino, y cada día mientras que caminamos de regreso del arroyo, Usted las ha regado. Por dos años he estado recogiendo estas hermosas flores para decorar la mesa de mi patrón. Sin ser de la forma como es, él no hubiera tenido esta belleza para agraciar su casa."

Cada uno de nosotros tenemos nuestra propias y únicas fallas. Todos somos vasijas desportilladas. Pero son las rajaduras y fallas que cada uno de nosotros tenemos las que hacen las vidas juntas muy interesantes y remuneradoras. Solo tienes que tomar a cada persona por lo que ella es, y mirar lo bueno en ella. Hay cantidad de bondad allá. ¡Hay cantidad de bondad en nosotros! Bienaventurados los flexibles, por que ellos no se doblan fuera de forma. ¡Recuerda apreciar a todas las diferentes personas en tu vida! O como nos gustaría pensarlo ——si no hubiera sido por las vasijas 
desvencijadas en nuestras vidas hubieran sido muy aburridas y nada tan interesantes ... Gracias a Ustedes, todas mis vasijas desvencijadas amigas.





jueves, 12 de julio de 2018

El Cuento de la Fresa



Un rey fue hasta su jardín y descubrió que sus árboles, arbustos y flores se estaban muriendo. El Roble le dijo que se moría porque no podía ser tan alto como el Pino. Volviéndose al Pino, lo halló caído porque no podía dar uvas como la Vid. Y la Vid se moría porque no podía florecer como la Rosa. La Rosa lloraba porque no podía ser alta y sólida como el Roble.

Entonces encontró una planta, una Fresa, floreciendo y más fresca que nunca. El rey preguntó: —¿Cómo es que creces saludable en medio de este jardín mustio y sombrío? —No lo sé. Quizás sea porque siempre supuse que cuando me plantaste, querías fresas. Si hubieras querido un Roble o una Rosa, los habrías plantado. En aquel momento me dije: "Intentaré ser Fresa de la mejor manera que pueda."

Ahora es tu turno. Estás aquí para contribuir con tu fragancia. Simplemente mírate a ti mismo. No hay posibilidad de que seas otra persona. Podéis disfrutarlo y florecer regado con tu propio amor por ti, o puedes marchitarte en tu propia condena...



sábado, 7 de julio de 2018

Sarah y el escritor



Tras ser víctima de un infarto, este escritor descubrió la diferencia entre vivir y sentirse vivo. El apoyo de su pareja despertó la luz de esperanza necesaria para encontrar motivos por los cuales aferrarse a la vida.

Hace tres años y medio, mientras mi prometida, Sarah, y yo teníamos relaciones íntimas, me dio un infarto. Pasaron casi siete minutos desde que Sarah llamó una ambulancia hasta que los socorristas llegaron a nuestro departamento. Entre tanto, me senté apoyado contra la cabecera de la cama, y Sarah contestó las preguntas del operador: ¿qué síntomas tenía? ¿Me había incorporado ya en la cama? ¿Había masticado una aspirina? Durante toda esa conversación entre tres personas, nuestro gato, Finian, se mantuvo tendido sobre una almohada junto a mí, ronroneando con los ojos entrecerrados.

Sarah permaneció notablemente tranquila todo el tiempo. Me sorprendió un poco su calma de estilo budista porque detesta no saber cómo pueden salir las cosas. Ni siquiera ve un episodio de su serie de televisión favorita sin antes leer la sinopsis, a pesar de que hemos visto la serie completa por lo menos tres veces.

Cuando los socorristas llegaron, confirmaron que yo había sufrido un infarto. Tras preguntarme sobre las circunstancias del incidente, como si había tomado alguna píldora para mantener la erección (no lo hice), me subieron a una camilla. Una inyección de morfina disipó el resto de mis recuerdos de esa noche.

Estoy seguro de que fue una noche mucho más difícil para Sarah que para mí. Yo estaba inconsciente o fuertemente sedado, mientras que ella no podía hacer nada más que esperar y preocuparse. Sean cuales hayan sido sus planes o aspiraciones respecto a nuestra vida, habían cambiado repentina e irrevocablemente. No tengo idea de cómo se mostró tan capaz, dadas las incertidumbres que mi enfermedad trajo hasta nuestra puerta. Los planes de una pareja pueden venirse abajo aunque las dos personas estén saludables.

Con todo, Sarah y yo logramos ocuparnos de nuestra vida desde esa noche. Como estaba planeado, nos casamos; dejamos el departamento y nuestros empleos en Ottawa, Canadá, donde viví más de 40 años, y nos mudamos a Toronto, un lugar mucho mejor para nuestro trabajo creativo, un cambio que no había sido capaz de hacer hasta entonces.

También dejé de fumar, lo que resultó más fácil de lo que esperaba porque no lo estaba haciendo por mí, sino por Sarah. Finalmente, reanudamos también nuestra vida sexual, luego de un par de años en los que sentimos como si tuviéramos una bomba de tiempo debajo de la cama (suena absurdo, pero así era).

Las razones de todo —por qué nos casamos, por qué dejé de fumar, por qué nos fuimos de Ottawa— quizá parezcan obvias: yo había sufrido una experiencia traumática que acentuó las consecuencias de mis malas decisiones. Cabe decir que cualquier persona razonable podría ver eso y hacer los ajustes necesarios; sin embargo, hay gente que está fumando a través de la abertura de la traqueotomía mientras escribo esto.

La reacción que tuve ante el infarto fue forzosa. De hecho, habría sido más propio de mí seguir simplemente con mi comportamiento habitual, ya que soy terco, con una clara tendencia a la autodestrucción.

Al principio de mi vida adulta decidí que haría todo lo que me gustara cuando quisiera y que solucionaría los problemas sobre la marcha. Me salí con la mía durante 20 años, pero ese estilo de vida se puede mantener solo si uno es rico, independiente y un absoluto misántropo. Nunca he sido las dos primeras cosas, y tampoco odio a la humanidad. Así que, al acercarme a los 50 años, me encontré con una vida que no cuidaba mucho y sin una enmienda a la vista.

Cuando llegaron los socorristas, me sentía bastante en paz respecto a cómo podría terminar mi vida. No es que me urgiera irme al cementerio silbando y poniendo buena cara, pero una parte de mí deseaba que todo aquello terminara.

Entonces Sarah tuvo ese pequeño detalle, un acto común del que quizá no me hubiera dado cuenta en otras circunstancias. Mientras los socorristas me hacían sus preguntas incómodas, Sarah llenó una bolsa con cosas que supuso que yo iba a necesitar en el hospital: ropa interior, mis lentes y un par de libros. Lo suficiente para una estancia corta, nada más.

Al principio pensé que Sarah estaba haciendo eso por resentimiento. ¿Por qué querría complicar las cosas? ¿Por qué no dejaba que me fuera, sencillamente? Pero luego imaginé que, si llegaba a morirme, ella volvería sola al departamento, llevando en la mano la bolsa con cosas que yo ya nunca usaría. Esa imagen se me grabó y empezó a hacer ruido en mi cabeza.

No estoy seguro de que podamos influir en el resultado: simplemente dejarnos ir y morirnos, o luchar para seguir viviendo. Pensar que eso está en nuestras manos me parece que es una ilusión, una esperanza vana a la que muchas personas se aferran en circunstancias difíciles. Creo que lo que me salvó aquella noche fue la competencia de los profesionales que me atendieron tanto en casa como en el hospital, y la suerte de vivir en una ciudad que cuenta con excelentes servicios de emergencia.

Pero lo que Sarah hizo al empacar esas cosas para mí, la esperanza que dejaba traslucir su acción, fue lo que me llevó a escuchar a los médicos, seguir el tratamiento y dejar de fumar. Ella hizo eso por mí con la mejor intención, pero también puso al descubierto mi egoísmo, la mezquindad de renunciar a la vida solo porque en ocasiones se complica. Me avergonzó la forma en que lo exhibe a uno vivir atrapado en una mentira. El amor no nos permite darnos el lujo de ocuparnos (o no ocuparnos) solo de nosotros mismos.

A veces el amor se revela poco a poco; es la acumulación gradual de los actos aparentemente mundanos de bondad, los sacrificios, la atención hacia el otro e incluso el mal comportamiento que dos personas comparten. La acción de Sarah fue un ejemplo de cómo es el amor despojado de todo lo que resulta cómodo pero no esencial. Tener la oportunidad de atestiguar eso, fueran cuales fueran las circunstancias, me hizo sentir que era afortunado. También me hizo querer estar a la altura del nivel de compromiso que Sarah tan claramente mostraba; ella esperaba más de mí, y yo ya no podía seguir soslayándolo.

El cambio que se produjo en mí se debió en parte a la reflexión que esa noche hice sobre mi pasado para saber cómo terminé en una camilla, con una palidez de muerte y con el peso de un elefante sobre el pecho. Es vergonzosamente fácil ver ahora que fumar dos paquetes de cigarrillos al día a lo largo de 30 años inevitablemente iba a arruinar mi salud, pero es mucho menos fácil determinar cómo podría reparar el daño emocional que ocasioné y que fui acumulando en todo ese tiempo.

De una cosa estoy seguro: de lo mal que he usado la frase “Te amo” en los últimos años. La he utilizado como una palanca emocional y la he dicho como algo que se espera de mí; incluso la he dicho porque necesitaba que también me la dijera. Sin embargo, el peso que esas palabras tienen hoy me resulta novedoso. Entiendo la frase de un modo distinto, al igual que ahora tengo una nueva apreciación de la frase “experiencia cercana a la muerte”.

Perdí la conexión entre decir “Te amo” y sentirlo cuando permití que el miedo a la muerte me abrumara. Adopté una actitud “científica” para aislarme de las incertidumbres de la vida, en particular de las que rodean al amor, y por eso me atrofié emocionalmente, me volví menos capaz de comprometerme con las personas que me importaban. Era lo bastante listo para saber cómo debían terminar las cosas, pero no lo bastante para saber cómo vivir con esa verdad.

Una de las inevitables angustias vinculadas con el compromiso de vivir con una pareja por el resto de la vida es que es muy probable que uno de los dos vea morir al otro. La idea de que Sarah se volviera un vacío en mi existencia me resultaba insoportable. Pero cuando ella se vio ante ese riesgo, no titubeó. Bien pudo haber renunciado a su compromiso conmigo, pero decidió quedarse y afrontar las incertidumbres y las posibles penas que existen en cualquier relación verdaderamente valiosa.

Sarah actualmente tiene 30 años, y yo, 52. Si las cosas siguen su curso natural, es probable que ella me vea morir, y no al revés. Le dejé muy en claro esa posibilidad hace tres años y medio, cuando me dio el infarto, pero ella nunca vaciló en su decisión de casarse conmigo.

Hay una clara conexión entre la rehabilitación de mi corazón físico y lo que Sarah me ha ayudado a cambiar en mi vida. Cada día que me despierto y todo parece estar funcionando correctamente es un buen día para mí, y me siento agradecido por ello. Pero el corazón metafórico, el que nos muestra la diferencia entre el simple hecho de vivir y el hecho de sentirse vivo, es el que he llegado a apreciar por encima de todo lo demás. Gracias a esa bolsa con cosas que Sarah empacó y lo que me enseñó sobre el amor, mi corazón parece estar funcionando muy bien en estos días.

lunes, 2 de julio de 2018

Tami Oldham & Richard Sharp



La historia real del trágico naufragio que cambió la vida de una joven pareja de prometidos.

El mar, siempre en el mismo lugar, y las estrellas, que canta el grupo Cala Vento, sirve de sinopsis acelerada de la película «A la deriva», que cuenta la increíble y trágica historia real de un naufragio. Tami Oldham fue la mujer que, junto con su prometido, se embarcó en un velero para disfrutar de una romántica aventura navegando desde Tahití hasta San Diego. Pero, debido a su falta de preparación y a una serie de negligencias, lo que se encontraron fue una terrible pesadilla que les llevó a navegar al filo de la muerte.

El caso es que la joven Tami Oldham (a la que da vida en «A la deriva» Shailene Woodley, protagonista de «Divergente») y su prometido Richard Sharp (Sam Claflin, de «Los juegos del hambre») no sabían entonces que iban a encontrarse con uno de los huracanes más devastadores de la historia. Tras la tormenta, Tami se despertó y vio el barco en ruinas y a Richard gravemente herido. Sin esperanza de ser rescatados, Tami tuvo que descubrir las fuerzas para salvarse a sí misma y al único hombre que había amado. Así comienza su nuevo viaje, una aventura cargada de amor, perseverancia y coraje.

Tami Oldham Ashcraft escribió esta aventura en el libro «Cielo rojo en duelo: Una historia real sobre el amor, la pérdida y la supervivencia en el mar», donde narra los angustiosos acontecimientos que vivió durante los 41 días tras el naufragio. El título hace un guiño al verso: «El rojo cielo de la noche, hace las delicias del marinero. El rojo cielo de la mañana, los marineros captan la advertencia». Pero en 1983, la sabiduría de ningún marinero podría haber preparado a Tami o a su prometido, Richard, para atravesar el huracán que cambió de rumbo y se abalanzó sobre su pequeño velero.

Oldham escribió el libro diez años después del accidente, junto a la guionista Susea McGearhart, y tardaron cuatro años en terminarlo. Los guionistas, Aaron y Jordan Kandell, enseguida le echaron el ojo para preparar «A la deriva». «Descubrimos la historia de Tami cuando estábamos escribiendo una película de ficción sobre una aventura de supervivencia en el mar. Adoptamos un enfoque muy periodístico en la investigación, y en seguida nos topamos con la historia de Tami», cuenta Jordan. «Nos quedamos despiertos toda la noche leyendo el libro. Es una historia tan poderosa y emotiva que instantáneamente supimos que teníamos que contarla. Nos dimos cuenta de que su increíble historia real era mejor que cualquier cosa que pudiéramos inventar. Al día siguiente, nos pusimos en contacto con Tami para tratar de escucharla de primera mano y buscar su colaboración y participación».

Los Kandells viajaron a la casa de Tami en las Islas San Juan, donde ella compartió sus recuerdos, diarios y fotografías, ofreciéndoles una comprensión mucho más profunda, íntima y matizada de su historia de amor con Richard y su angustiosa experiencia en el mar. «Tami es una mujer inspiradora y una narradora impresionante. Para nosotros fue importante no solo tener su visto bueno, sino también trabajar en estrecha colaboración con ella para representar su voz y su historia de la forma más auténtica».

Revivir el horror

Cuando llevaban la mitad del rodaje, la propia Tami visitó el set. «Fue increíble conocerla finalmente, pero también era muy consciente de lo emocional que debía ser la experiencia para ella, el trauma de estar atrapada en el mar. Es una persona tan profunda y fuerte que abrazó sin reparos la película. Espero que haya encontrado paz también a través de esta experiencia», recuerda la protagonista, Shailene Woodley, en las notas de producción de la distribuidora.

«Una de las primeras cosas que me dijo fue: 'Me recuerdas mucho a él', lo cual fue un momento muy especial para mí», cuenta, por su parte, el actor Claflin. «Tener su aprobación era muy importante para mí. La película es un equilibrio emocional delicado a muchos niveles: no estábamos haciendo un documental, estábamos haciendo una película, pero todos somos seres humanos».

Para Tami, el proceso de hacer una película sobre aquella trágica experiencia fua algo «emocional y surrealista». «Fue un sueño hecho realidad, ver todo el trabajo duro, la dedicación y la atención que todos tenían. Y todo para contar mi historia. Fue maravilloso cuando Shailene levantó la mano y dijo que haría la película; es simplemente perfecta y muy reflexiva y generosa. Y después, cuando Sam también aceptó, fue genial. Es extraño lo mucho que se parece a Richard, porque tiene esa actitud carismática que tenía Richard. Creo que el universo nos envió a Sam para interpretar a Richard. Estuve en contacto con los Kandells de forma intermitente durante cinco años mientras trabajaban en el guion. Baltasar fue la única opción en cuanto al director, no solo por su formación como marinero y cineasta, sino también porque es un ser humano amable y complaciente. Cuando llegué con la puesta de sol y vi a Shailene y el barco Hazaña destrozado, fue una experiencia increíble. Algo golpeó mi corazón. La experiencia en ese momento me hizo comprender que tenía una fuente de fortaleza interior y una voluntad de vivir que no había reconocido antes».

Rodaje en alta mar para ver el horror

El director, Baltasar Kormákur, es un ávido amante de la naturaleza y para representar las terribles circunstancias a las que se enfrentaron los protagonistas, rodó cámara en mano tanto como le fuera posible en un velero en medio del océano. «Baltasar es, literalmente, un vikingo. Es el hombre que te gustaría tener al mando en una película, especialmente una como esta. Le apasiona la Madre Naturaleza; por tanto, estaba en su medio natural. Por eso creo que “Everest” fue una película maravillosa: porque hizo que los actores vivieran realmente la experiencia. Fue increíble y muy valioso para Shailene y para mí hacer nuestro propio viaje, sin fingir. Es una fuerza de la naturaleza en sí mismo, que no solo quería que lo experimentáramos todo, sino que también quería estar allí experimentándolo con nosotros. Es resistente y muy paciente, e hizo que todo pareciese tan fácil que me decidía a hacerlo yo también. Sabía lo que quería, pero también dejó espacio para nuestras contribuciones. Tampoco tenía miedo de llevarnos al límite, porque sabía que podíamos. Todos dimos lo mejor gracias a él», recuerda Claflin.

A lo largo de gran parte de la película, Tami, el personaje de Woodley, que es una experta marinera, intenta llevar el bote dañado a un lugar seguro, incluso estando gravemente herida. Woodley se formó antes del rodaje para perfeccionar sus habilidades náuticas. «Me encanta nadar, el agua es algo que me apasiona. Tenía mucha práctica nadando, pero ninguna con la navegación. Pasé alrededor de un mes antes de la producción en Hawai aprendiendo cómo navegar en diferentes tipos de embarcaciones. Cuando llegué a Fiyi, navegué durante aproximadamente un mes antes de que comenzara el rodaje».

Dominar la destreza marinera de Tami era solo una parte de la preparación de Woodley. Ashcraft fue una guía genial para Woodley y Kormákur. «Su libro fue la mejor guía. Lo leí un par de veces. Quería entender su perspectiva y su forma de pensar, y el libro me ayudó muchísimo. Se convirtió en nuestro esquema de base durante el rodaje: todos los días, cuando estábamos a punto de hacer una escena, revisaba el libro junto con el guion. Hacíamos referencia a la escena del libro para asegurarnos de que estábamos siendo lo más veraces posible», recuerda la actriz.