El rabino Elimelekh había hecho una hermosa prédica y ahora volvía a tierra natal. Para homenajearlo y mostrar gratitud, los fieles decidieron seguir el carruaje de Elimelekh hasta que saliera de la ciudad.
En determinado momento el rabino paró el carruaje, le pidió al cochero que siguiera adelante sin él y pasó a acompañar al pueblo.
—Bello ejemplo de humildad, dijo uno de los hombres a su lado.
—No existe ninguna humildad en mi gesto, sino solamente un poco de inteligencia. Ustedes aquí afuera están haciendo ejercicio, cantando, bebiendo vino, confraternizando, conociendo nuevos amigos, y todo por causa de un viejo rabino que vino a hablar sobre el arte de la vida. Entonces dejemos que mis teorías sigan en ese carruaje, porque yo quiero participar de la acción, respondió Elimelekh.
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