Un niño de corta edad jugaba con un barquito en un estanque. Estaba totalmente absorto en su juego. Un yogui que pasaba por el lugar se acercó a él y comenzó a hablarle y hacerle preguntas. El niño estaba ensimismado con las evoluciones del barquito sobre las aguas que ni siquiera reparó en la presencia del adulto.
Entonces el yogui se postró ante él y dijo:
—Tú eres mi maestro. Ojalá que cada vez que me siente a meditar pueda estar tan concentrado como tú dirigiendo mis pensamientos al Ser Supremo y que, como te sucede a ti, nada pueda distraerme.
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