El joven y bello Titonos, hijo del Rey de Troya Laomedonte, amaba a Eos, la diosa de la aurora. Era el primero en saludarla cada día, cuando ella abría en el cielo las cortinas color púrpura que daban lugar a las primeras luces del amanecer. Así Tithonos dormía al raso, sobre la hierba, para no perderse nunca la llegada de Eos. Por su parte, la diosa se acostumbró con el tiempo a recibir los saludos del joven y acabó enamorándose de él.
Por eso una mañana, Eos se percató enseguida de la ausencia de Titonos. No estaba en su lugar de costumbre, esperándola. Muy nerviosa, comenzó a buscarlo por todas partes. Cuando sus ojos dieron con el muchacho, éste yacía inerte sobre la tierra, pálido y con los ojos cerrados. Eos, aterrada, se precipitó sobre el cuerpo casi sin vida del joven y lo llevó volando hasta Zeus, el rey del Olimpo. Suplicó al dios que no permitiese morir a Titonos nunca. Zeus acepto su petición e hizo inmortal al joven.
Durante años, Titonos vivió en el Olimpo, rodeado de todos los dioses, en absoluta felicidad. Comía la mítica ambrosía y Eos, su amor, bailaba y cantaba para él. Pero había un problema. Eos, en su afán por salvarle la vida a su amado, olvidó pedirle a Zeus un pequeño detalle: que Titonos no envejeciera. Por eso, como cualquier mortal aunque se le había concedido la eternidad, comenzó a marchitarse. Su cuerpo se encogió, su voz se quebró y la debilidad se apoderó de él. Su aspecto era tan deplorable que los mismo dioses empezaron a rehuirlo.
Sintiéndose como un despojo, Titonos pidió volver a su querido prado, a aquel lugar donde había sido tan feliz. Eos lloró, pero se apiadó del anciano y le dijo: “Volverás a la Tierra, mi Titonos. Hacerte feliz sigue siendo mi mayor deseo. Serás libre, pero no como hombre, ya que no soporto la idea de que tengas que trabajar para comer siendo tan viejo. Vivirás cada estación de la manera más cómoda posible. En verano, serás un saltamontes, seguirás comiendo ambrosía y podrás cantar y bailar todos los días“.
Entonces la diosa convirtió a su amado en un pequeño y ágil saltamontes cuyo color verde el ayudaría a pasar desapercibido entre la hierba. Desde entonces, y todos los días, allí, en los campos podemos verlo saltar alegre bajo el sol.
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