La historia de amor entre el científico Stephen Hawking y su primera esposa
Amor, dolor y sacrificio fueron durante 25 años dimensiones entremezcladas para la británica Jane Wilde, que se enamoró del célebre físico Stephen Hawking poco antes de saber que una enfermedad degenerativa lo dejaría postrado y al filo de la muerte: borrascosos pero con resquicios felices transcurrieron esos tiempos que ella relata en su biografía "Hacia el infinito", recién publicada en consonancia con el estreno de su adaptación cinematográfica.
Casi al mismo tiempo que se enamoraba, Wilde supo que el infortunio se convirtiría en sello y acaso verdugo de ese amor, pero decidió seguir adelante alentada por ese arrebato de inconsciencia y optimismo con que la juventud le disputa terreno a la adversidad.
Él estudiaba cosmología en la prestigiosa Universidad de Cambridge y ella era una estudiante avanzada de arte. Se habían conocido a principios de los 60 en una fiesta, donde el joven físico ya daba indicios de su talento y de su enfermedad, una disfunción neuronal conocida como "esclerosis lateral amiotrófica (ELA)", por la que a los 21 años le habían diagnosticado una expectativa de vida de apenas dos años.
Desde entonces, esta mujer de complexión menuda pero de temperamento vigoroso emprendió una exploración por el espacio infinito, los enigmas del origen del universo y los agujeros negros -las obsesiones incansables de su marido- y al mismo tiempo se sumergió en los claroscuros del infinito doméstico, casi obligada a luchar a diario contra las fronteras temporales de un diagnóstico que sentenció a su marido a una muerte inminente, a pesar de que hoy han transcurrido más de 50 años y el científico ya es un septuagenario.
"Hacia el infinito" (Lumen) es una versión matizada de "Music to move the stars", las originales memorias sobre este matrimonio que Wilde escribió cuando el autor del best-seller "Breve historia del tiempo" la dejó por su enfermera, Elaine Mason, una mujer de la que se terminó separando en medio de acusaciones de abuso y maltrato, que incluyen experiencias como haber insolado al científico tras dejarlo expuesto al sol durante varias horas.
Una mente genial atrapada en un cuerpo moribundo; un hombre con un sentido del humor inquebrantable que le permite sortear las batallas que le impone la enfermedad pero también un ser vanidoso y por momentos egoísta: así describe Jane -que tiene un doctorado en poesía medieval española- a quien fue su marido entre 1965 y 1991 tanto en el libro como en el film "La teoría del todo", que llegará a los cines argentinos el próximo jueves con las notables actuaciones de Eddie Redmayne y Felicity Jones.
"Es un genio y en su mente bulle un mundo, pero es un ser retraído, terco y vanidoso que utiliza su fama creciente para compensar su inmenso sufrimiento interior", retrata la mujer, ya recuperada del agotamiento emocional que le significó lidiar con un espacio hostil, lleno de escaleras y obstáculos que su ex marido nunca pudo sortear por sí mismo.
Ya sin rencores y recuperada de la extenuación, Wilde retrata la cotidianeidad de una relación donde justamente el orden cotidiano está amenazado todo el tiempo, a pesar de que Hawking se empeña en reproducir la mímica de una familia ordinaria y desdeña toda ayuda exterior.
"No somos una familia normal", le grita la mujer durante un viaje, ya en el límite de la resistencia mental. Es que en su empeño por autosuperarse, el científico tarda en darse cuenta de que todo aquello de lo que lo priva la enfermedad recae inevitablemente sobre su esposa, quien al mismo tiempo que lo sostiene (literalmente), le da de comer en la boca, se entrega al cuidado de los tres hijos y lucha por trascender el destino de ama de casa que la sociedad le reserva a las esposas de los hombres de ciencia.
"Yo tenía dos niños pequeñísimos, llevaba la casa y cuidaba de Stephen las veinticuatro horas del día. Lo vestía, lo bañaba y él rechazaba toda ayuda salvo la mía. Pensé que forzarlo a tomar medidas al respecto sería demasiado cruel", confiesa Wilde en sus memorias.
"Una de las grandes batallas fue conseguir que usara la silla de ruedas. Me movía con Stephen sujeto de un brazo, el bebé en el otro y el segundo niño corriendo detrás. Era desesperante porque el pequeño salía corriendo y yo no podía perseguirlo. Este tipo de situaciones hicieron mi vida bastante imposible", recuerda.
La solución para detener el colapso viene por el mismo lado que luego agilizará el derrumbe conyugal: Hawking termina aceptando la ayuda de Jonathan, un joven viudo que llega a la casa para dar clases de piano al hijo mayor -Robert- y se termina convirtiendo en una pieza fundamental de la estructura de supervivencia que monta Wilde cuando sus energías ya no responden con la misma eficacia de antes.
Y así este músico -que una vez disuelto el matrimonio con el físico se terminará convirtiendo en el segundo marido de la mujer- suple sus propios vacíos personales desempeñándose como un todoterreno en las rutinas de la familia: una escena emblemática lo recrea arrastrando al físico por la playa para que sus pies puedan tomar contacto con el mar.
Su aporte, sin embargo, no es compartido por algunos miembros del entorno, como la madre de Hawking, que observa con recelo la entromisión de Jonathan y hasta inquiere repentinamente a Jane sobre la paternidad del hijo menor del matrimonio, bajo la sospecha de que la incapacidad del científico se hace extensiva a su fertilidad.
Al margen de los contratiempos que acechan a esta pareja, tanto "Hacia el infinito" como "La teoría del todo" se pueden leer como una crónica del efecto devastador del tiempo que a veces erosiona el amor hasta extinguirlo y confronta a los sujetos con la naturaleza inasible de los sentimientos, que se instalan en la subjetividad sin mayor resistencia y emprenden una lenta metamorfosis de la euforia al desencanto.
Acaso ni Stephen ni Jane logran detectar cuándo dejan de amarse, pero ninguno de los dos puede sustraerse a la evidencia de ese vacío que se instala entre ellos: sin preámbulos, él formaliza el final del matrimonio cuando le cuenta que ha elegido a Elaine para que lo acompaña a Estados Unidos a recibir una nueva distinción y ella sólo atina a decir "Te he amado", para luego dejar que sus facciones se desdibujen bajo unas lágrimas que por primera vez dejan al descubierto toda su fragilidad.
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