Su relación adúltera con Rosellini fue su gran escándalo
Les insultaban por carta, la Iglesia les reprobó
Y el público se negaba a ver la obra de dos adúlteros
Este sábado se cumple el centenario de uno de los mitos del cine
Según Alfred HItchcock, "el problema de Ingrid Bergman era que sólo quería hacer obras maestras". Quizás fue ese impulso por alcanzar lo sublime lo que la llevó a escribir una de las cartas más famosas del cine: "Querido Sr. Rossellini: He visto sus cintas Roma, ciudad abierta y Paisá y las he disfrutado mucho. Si usted necesita una actriz sueca que habla muy bien inglés, que no ha olvidado su alemán, que no entiende mucho de francés y que en italiano sólo puede decir ti amo, estoy lista para viajar y hacer un filme con usted. Ingrid Bergman".
Ella no lo sabía pero estas inocentes líneas (bueno, no tanto) iban a poner patas arriba la vida y la carrera de uno de los grandes mitos del cine, del que se celebra este 29 de agosto su centenario.
Cuando, aconsejada por su buena amiga Irene Selznick, Bergman mandó esta misiva corría el año 1948. Ya había ganado su primer Oscar por Luz que agoniza y se había hecho eterna plantando a Bogart en Casablanca. Era una estrella, como sólo lo fueron en la era de los grandes estudios, y también, una respetada madre de familia con sus pecados bien ocultos... Gregory Peck no contaría el affaire que tuvieron durante Recuerda (1946) hasta cinco años después de su muerte. Ella se había casado en Suecia a los 21 años con el dentista Petter Lindström, que le había seguido hasta América. Tenían una hija, Pía.
El destinatario de su carta también se había ganado un lugar en el Olimpo con sus primeras películas, tenía esposa, dos hijos y amante: nada menos que Anna Magnani, su musa en Roma, ciudad abierta.
En realidad, Roberto Rossellini no estaba seguro de quién era Ingrid Bergman, pero alguien le recordó la versión sueca de Intermezzo. La respuesta que llegó al 1220 de Benedict Canyon Drive fue la siguiente: "Acabo de recibir con gran emoción su carta que, por coincidir con mi cumpleaños, se ha convertido en el regalo más precioso. Ciertamente he soñado en rodar una película con usted y desde este momento me esforzaré en que sea posible. Le escribo una larga carta comunicándole mis ideas. Con mi admiración acepte, por favor, mi gratitud y mis cordiales saludos".
El escándalo de 'Stromboli'
Bergman se entusiasmó de tal forma que pronto empezó a maquinar cómo conseguir financiación para el filme. La película que le propuso aquel italiano de maneras exquistas fue Stromboli, y lo cierto es que la Bergman era su segunda opción porque el director se la había prometido antes a su volcánica amante. La Magnani desgarrada recorriendo las faldas del volcán era un caballo ganador. Sin embargo, ésta se tuvo que conformar con rodar Vulcano, a las órdenes de William Dieterle, unas islas más allá del rodaje donde Bergman y Rossellini consumaban lo que ella ya se olía desde que empezó a escuchar que una estrella sueca iba a llegar a Roma.
Un día, sin decir una palabra (algo extraño en ella), la romana aliñó unos espaguetis con aceite de oliva, tomate y parmesano y, cuando Rossellini esperaba que se los sirviera, vertió la bandeja sobre su cabeza.
Con un tumulto de paparazzis en el aeropuerto, fue el propio Rossellini quien recibió a la protagonista de Encadenados en la ciudad eterna. Antes se habían encontrado en Nueva York, donde él había acudido para recoger el premio de la crítica por Paisá. "Cuando estuve frente a ella, me pareció más hermosa de lo que había imaginado, la mujer más hermosa que había visto en mi vida. Sin maquillaje. Era más guapa al natural que en la pantalla. Resplandecía. La cámara jamás podría captar ese resplandor", diría más tarde.
Desde Roma, el director y su estrella partirían hacia el sur en un Cisitalia rojo. Habría paradas en la Costa amalfitana y una visita a Capri. No importaba que el inglés de Rossellini fuera pésimo y que Bergman sólo supiera decir: 'Ti amo'. A ella le fascinaba cómo Rossellini elegía a los que iban a ser sus coprotagonistas entre campesinos y pescadores. Cuando empezó el rodaje de Stromboli en las Islas Eolias todo el equipo ya estaba al tanto del rumor del romance entre Rossellini y Bergman. Un foto de Life en la que ambos aparecían cogidos de la mano hizo que los tabloides americanos fijaran su punto de vista en la pareja. El rumor del adulterio recorrió la puritana sociedad estadounidense con la velocidad de la maledicencia. En la muy católica Italia la noticia era un bombazo. Aunque la auténtica bomba estaba aún por estallar. Al finalizar el rodaje, Bergman empezó a notar los primeros efectos del embarazo. Roberto Jr. llegaría casi parejo al lanzamiento de Stromboli en el cine, que, por supuesto, fue un gran fracaso. Nadie quería comprar una entrada para ver la obra de dos adúlteros.
Cartas furiosas
Los estudios recibían casi a diario cartas enfurecidas de antiguos admiradores de Bergman. ¿Cómo podía haber hecho la dulce protagonista de Las campanas de Santa María algo así?
Ella misma lo contaba en sus memorias. "Me llegaban cartas atroces, cada sobre iba lleno de odio. En algunas ponía que yo ardería en el infierno por toda la eternidad. Otras decían que era una agente del diablo y que mi pequeño era hijo del diablo. (...). Me llamaban puta y fulana. No podía creer que me odiara tanta gente. Al margen de lo que pensaran sobre mi vida, se trataba de mi vida privada, y yo no le había hecho nada. Estaba en estado de shock. (...). Roberto me preguntaba por qué las leía si me afectaban tanto. Decía que era como leer reseñas de críticos a quienes nunca les gusta tu trabajo. ¿Qué sentido tiene? Yo le respondía que era el único modo para encontrar cartas de amigos que me animaban y me apoyaban". Uno de esos escasos amigos fue Hemingway, quien envió una carta dando su bendición a la pareja. "Si tenéis quintillizos puedo ir al Vaticano y ser el padrino".
La iglesia católica y luterana desaprobaron públicamente el idilio e, incluso, un representante de Colorado hasta denunció a Ingrid en el Senado de EEUU. Ella no entendía nada. Pero aún así siguió adelante. Una semana después de que el pequeño Roberto naciera se divorció. Rossellini haría lo mismo con Marcella y en la primavera de 1950 ambos se casarían por poderes en México.
Comenzaba así una nueva etapa en su vida. Al contrario que el resto de divas europeas, que ansiaban el desembarco en Hollywood, ella había abandonado su reino en los grandes estudios para rodar películas con presupuestos ínfimos y siempre problemáticos. La pareja colaboró en cinco títulos más (entre ellos, Europa '51 y la desoladora Te querré siempre), todos fueron un fracaso comercial y de crítica. Algo duro para la mujer que, según Hitchcock, sólo quería rodar obras maestras. Además, Rossellini prohibía a su mujer que trabajara con otros directores, lo cual agravaba la situación económica de su familia numerosa (en 1952 habían nacido las gemelas Isotta e Isabella). Las tensiones entre la pareja eran cada vez mayores y la actriz "estaba harta de vivir en la ruina".
Su separación
Finalmente, Rossellini permitió que Ingrid rodase para su amigo Jean Renoir Elena y los hombres (1956). Él se iría a la India con una amante. El matrimonio iba disolviéndose hasta que un día la actriz, muy calmada, le preguntó "Oye Roberto ¿quieres divorciarte?". No obtuvo respuesta. Volvió a lanzar la pregunta con idéntico resultado. "No repetiré lo mismo tres veces. Aguardaré". Al final, él respondió distante: "Sí. Estoy cansado de ser el señor Bergman".
De esta civilizada manera se deshizo su escandalosa relación. Aún quedaba una dura batalla por los tres hijos de la pareja. Rossellini exigió que no salieran de Italia o Francia. Sin embargo, ella regresaría a Hollywood para rodar Anastasia y la Meca del Cine recibió a su hija pródiga con un segundo Oscar por este papel. De nuevo en América, recuperado su status de reina del celuloide y del teatro, se casaría con el empresario teatral de origen sueco, Lars Schmidt, del que también terminaría divorciándose dos décadas después, sólo cuatro años antes de que un cáncer apagase su brillo a los 67 años. "No quiero morirme, pero tampoco quiero temer a la muerte", dijo la actriz que trabajó hasta el final de sus días (aún tuvo tiempo de ganar otro Oscar por Asesinato en el Orient Express).
Tal y como fue su deseo, sus cenizas fueron llevadas a Suecia, lejos del panteón de Rossellini, donde sí acabaron los restos de su amante, Anna Magnani.
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