sábado, 21 de mayo de 2016

ADRIANO Y ANTÍNOO



"Una noche más Adriano era incapaz de conciliar el sueño. Apoyado sobre la balaustrada que da frente a las aguas inmensas y serenas del Mediterráneo, con los ojos rebosantes de la más líquida amargura que jamás tuvo en su vida, miraba al cielo buscando ver allí a su adorado Antínoo. Y al fin creyó verle sonreír en la inmensidad de la noche, como un destello infinito que iluminó las lunas tristes de eterna soledad".

(Del relato corto inédito de Rafael Arribas El ombligo de Antínoo).


¿Quién no ha oído hablar del emperador Adriano y su esclavo Antínoo? Posiblemente sea la pareja masculina más famosa de todos los tiempos y motivo recurrente en la literatura gay. Sin embargo, no todos conocen los entresijos por los que discurrió este amor griego en plena Roma imperial y su proyección hasta llegar al siglo XXI, cuando el culto a Antínoo aún pervive. ¿Cuánto hay de verdad y cuánto de leyenda en esta hermosa crónica de amor y pasión? No siempre es fácil dibujar la delgada línea que a veces separa la realidad de la fantasía.


Locura de amor

La pasión que Adriano (73-138 d.C.) sintió por el bello Antínoo pasó a la historia porque el augusto imperator quedó trastornado por la muerte prematura del muchacho, quien se ahogó de forma misteriosa en el Nilo durante un viaje a tierras egipcias. 


De no haber sido por aquel dramático desenlace, éste no habría pasado de ser un caso más de los muchos habidos entre un pedagogo erastés y su núbil erómenos, relación habitual en la Grecia clásica, cuyos ecos llegaron hasta la misma Roma. Pero la soledad y tristeza de Adriano ante la pérdida del bello efebo fue tan intensa que le impulsó a perpetuar su memoria de manera obsesiva.


Erigió estatuas en su honor a ambas orillas del Mediterráneo, desde el Cáucaso hasta Hispania. Acuñó monedas de curso legal con su efigie. Construyó templos por doquier dedicados a la nueva deidad. Levantó un mausoleo, el Antinoeion, en la Villa Adriana, en la colina del Tívoli, cerca de Roma. Instituyó juegos y fiestas en su honor. Fundó y edificó una ciudad entera, Antinóopolis, en el mismo lugar en el que su adorado amante había pasado a mejor vida. Hasta dio nombre a una constelación para poder verle con sólo alzar la vista hacia los cielos en las largas noches que siguieron a su desaparición.


 El joven Bitinio

A los 18 años, el 30 octubre del 130 d.C., moría ahogado el joven Antínoo. Los motivos de su temprana muerte no están del todo claros, aunque todo parece indicar que el muchacho se hundió en las aguas profundas del Nilo ante la mirada aterrada del emperador. 


Comenzaba así uno de los mitos más sonados del mundo clásico. Sin embargo, la personalidad de aquel hermoso ejemplar humano, reflejada en los escasos datos biográficos, no ha podido ser reconstruida totalmente mediante la investigación histórica.


Algunas crónicas latinas señalan que el muchacho había nacido esclavo en la región romanizada de Bitinia, en el Asia Menor. Ello no impidió que su belleza llamara tan poderosamente la atención de aquel emperador viajero que desde entonces le acompañaría siempre en todos sus periplos. 


No se puede precisar la fecha exacta del encuentro, ya que Adriano viajó a Bitinia en los años 117, 121 y 123/124. Por su parte, Páncrates de Alejandría poetiza aquel primer encuentro y lo traslada al desierto de Libia: Adriano habría lanceado a un león que intentaba atacar al joven bitinio y de la sangre que salpicó la arena brotó el antinóeios, una hermosa y roja flor de loto.


Hispania

A día de hoy sigue habiendo opiniones divergentes sobre el lugar de nacimiento del emperador Publio Elio Adriano. Tradicionalmente se ha considerado que nació en Itálica, cerca de Santiponce (Sevilla), y así lo corroboran la mayoría de sus biógrafos. Sin embargo, una parte de la historiografía anglosajona se ha empeñado en situar su cuna en la ciudad de Roma, basándose en una sola fuente, la Historia Augusta, un texto que, en opinión de la profesora Alicia Canto, además de las interpolaciones de que adolece, carece de credibilidad frente a otros 25 testimonios que ratifican sin duda su origen hispánico.


Adriano, quien heredó el Imperio del también hispano y tío segundo suyo, Trajano, fue uno de los grandes nombres en la historia de la Roma antigua. Dentro de su programa cultural, que fue especialmente activo, Adriano se caracterizó por aspirar al ideal griego en su vida personal y también social. 


Por eso el perfil que de él se habían formado los romanos incluía la pederastia al estilo ateniense, entendida como una relación entre un maduro erastés, o mentor, y su joven erómenos en todos los aspectos de la vida, una visión muy alejada de la estrictamente sexual que recoge la tradición cristiana y desemboca en su moderna interpretación. Por otra parte, su matrimonio con su esposa Vibia Sabina no pasaba entonces por su mejor momento.


 De esclavo a Dios

Está claro que Antínoo se convirtió para Adriano en alguien mucho más importante que un compañero inseparable. De no haber sido así no se explica la obsesión del emperador por convertirle en una deidad después de fallecido, obsesión que perduraría hasta su muerte, ya sexagenario. 


Por otro lado, aunque por diferentes motivos, una relación tan fuerte entre el hombre más poderoso del imperio y un joven casi imberbe, cuya condición de esclavo le privaba de cualquier derecho, no podía pasar desapercibida para los contemporáneos, ni para las generaciones futuras. En el imaginario mitológico romano, Adriano y Antínoo representaban en carne y hueso el rapto de Ganímedes por Zeus.


Antínoo también ha encarnado a los hermosos Apolo y Hermes, o el lúbrico Dionissos, cuyo culto estaba muy arraigado en las regiones de tradición helenística. Pero tal vez la más curiosa reencarnación del bello bitinio fue la del dios egipcio Osiris, quien, según la creencia, también había muerto ahogado en el Nilo. 


Para consolidar con mayor arraigo la deificación de Antínoo, el emperador se propuso implantar un culto sin precedentes en las provincias orientales, un culto que arraigó tan intensa como sinceramente, ya que se prolongó hasta bien entrado el siglo V, esto es, varios siglos después de los acontecimientos que lo crearon.


La palma se la llevó Antinoópolis, ciudad fundada en memoria del joven según el modelo helenístico, cuyos habitantes recibieron privilegios extraordinarios, aunque no fue la única. Otros lugares también acapararon el culto al favorito del emperador, como Bitinio-Claudiópolis -su ciudad natal-, Alejandría, en Egipto, la griega Mantinea, y hasta Lanuvium, en el mismo corazón del Lacio, cerca de Roma.


 Muerte en el Nilo

No hay duda de que Antínoo murió ahogado a orillas del río Nilo. Otra cosa son las circunstancias que rodearon su muerte. Algunos historiadores apuntan que se trató de un accidente. Otros, en cambio, afirman que Antínoo, conocedor de un augurio que profetizaba larga vida al emperador si el joven se sacrificaba en su presencia, se inmoló para asegurar al emperador un reinado prolongado. 


Por su parte, la Historia Augusta, un texto de escasa credibilidad, insinúa que Antínoo se suicidó ante un posible acoso sexual de Adriano.


Desde una óptica actual no habría que descartar una intriga palaciega, con la intervención indirecta de la esposa del emperador, quien sin duda no habría de quedar especialmente afectada tras la muerte de aquél que le disputaba el amor de su augusto marido. 


Sea como fuere, filósofos y poetas se aprestaron a escribir loas y trenas en recuerdo del joven bitinio y el viejo emperador quedó sumido en la más absoluta tristeza.


Salto a la fama

Los esfuerzos de Adriano por consolidar la deificación de Antínoo no fueron en vano. Aunque su culto religioso le sobrevivió sólo hasta el siglo V, la perpetuación de su memoria ha llegado a nuestros días, gracias a la erección de numerosas efigies y representaciones del joven héroe en la escultura y la numismática. 


Desconocemos si Antínoo fue retratado en vida, ya que todas las representaciones conservadas pertenecen a épocas posteriores a su muerte.


Considerando sólo las esculturas exentas, hay más de un centenar de retratos romanos de Antínoo, sin contar las numerosas representaciones de su efigie en monedas, joyas, bronces, etc. Todas ellas se caracterizan por su variedad iconográfica, sólo comparable a los retratos de emperadores. Las estatuas fueron en sí mismas modelos a imitar para la representación de efebos y personajes juveniles, lo que ha provocado identificaciones posteriores erróneas.


Rasgos suaves, rostro lampiño con un toque de afeminamiento, boca no muy grande con gruesos labios, nariz recta, cejas curvadas, bucles de blondos cabellos, mirada ausente y melancólica, son algunos de los atributos distintivos del modelo antinoóico. Mayor variedad existe, en cambio, en lo que se refiere a la complexión y posturas del resto del cuerpo. 


Ejemplos de manual son el espléndido relieve de Villa Albani, descubierto cerca de la Villa Adriana imperial, o la Cabeza Mondragone, que formaba parte de una estatua colosal que idealizaba del joven esclavo como la deidad Dionissos-Osiris portando una diadema.


Siglos más tarde, en pleno Renacimiento, el descubrimiento del arte antiguo trajo consigo un nuevo auge de la imaginería sobre Antínoo, aunque ajeno a la leyenda del joven y a su papel en la historia. Los grandes escultores italianos vieron en él la representación del ideal clásico e intentaron emularlo en sus obras de arte. Surgen así el Antínoo de Belvedere, conservado en los Museos Vaticanos, y el Antínoo Capitolino, en el museo del mismo nombre, en la ciudad de Roma. Junto a ellos cabe mencionar por su originalidad el Antínoo-Jonás, obra de Lorenzo di Ludovico, ejemplo de la cristianización de un joven pagano en la imagen del personaje bíblico, y que está inspirado en el espléndido Antínoo Farnesio del Museo Nacional de Nápoles.


¿Padre, maestro, amante...?

Sin embargo, a lo largo de la historia la relación entre Adriano y Antínoo ha pasado por diferentes interpretaciones. En las épocas de mayor oscuridad intelectual se ha querido obviar cualquier matiz sexual de aquella historia, llegando a decirse incluso que Antínoo era hijo ilegítimo de Adriano, quien carecía de descendencia legal, y que, por esa razón, la relación entre ambos era la de un padre con su hijo. Pero sabemos que no fue una relación paterno-filial al uso, ya que, como dice Royston Lambert, hubo mucha pasión y probablemente mucho sexo también.


Y es que, como cabía esperar, la mayor oposición al mito de Antínoo vino de la mano del Cristianismo, o mejor, de los Padres de la Iglesia, quienes vieron en él el reflejo de la corrupción juvenil y pusieron el grito en el cielo cuando algunos compararon el sacrificio de aquel héroe-dios de Bitinia, que resucitó y ascendió al Olimpo, con el del mismísimo Jesucristo, dios de Nazaret. Pero lejos de destruir el mito de Antínoo, los cristianos alimentaron la creación de una nueva leyenda que ha llegado hasta hoy. La imagen del joven corrompido por el emperador y sometido a sus caprichos sexuales fue tomando forma a través de un estereotipo más depurado, como desarrollaría el patriarca de Alejandría Atanasio a mediados del siglo IV, que no sólo no eclipsó la figura de Antínoo, sino que potenció sobremanera la idea de su sacrificio y sufrimiento acorde con la moral cristiana del momento.


Así llegan las cosas hasta mediado el siglo XVIII, cuando el teórico de arte clásico Johann J. Winckelmann redescubre la historia de Adriano y Antínoo, difundiendo una nueva estética del bitinio como la de un joven melancólico. Por aquella época el pintor Agostino Penna había copiado un busto del efebo para su libro Viaje pictórico de Villa Adriana. Habría que esperar un siglo para que John Addingston Symonds rompa en 1898 con la tradición de omitir la cita de Antínoo en las biografías escritas sobre Adriano. A partir de entonces, ambos nombres permanecerán indefectiblemente unidos.


La fascinación de los poetas

Pero fueron los poetas e intelectuales del siglo XIX quienes dieron actualidad a la pasión obsesiva del emperador hacia su joven favorito. En la búsqueda de precedentes para ese amor 'que no osa decir su nombre', eruditos y estudiosos universitarios británicos vieron en la pareja Adriano-Antínoo un buen referente donde ubicar sus propios anhelos y sentimientos. En pleno siglo XX fue una mujer, Marguerite Yourcenar, la culpable de aportar ritmo e intensidad inusitados a esta historia de amor vivida en pleno Imperio romano y convertir al joven bitinio en icono gay. Sus Memorias de Adriano, publicadas en 1951, dieron forma a una de las novelas históricas más leídas de todos los tiempos y título imprescindible en toda biblioteca de temática gay que se precie.


La trágica muerte de Antínoo fascinó a poetas de todo el mundo. Oscar Wilde no podía ser menos, así que se refiere a él en su poema La esfinge. La figura del bitinio inspira a escritores alemanes de la talla de Schiller, Goethe y Stefan George. También el portugués Fernando Pessoa le dedica su poema Antinous, escrito en inglés en 1918, donde dice cosas como ésta:

La lluvia, afuera, enfría el alma de Adriano.
El joven yace muerto.
En el lecho profundo, sobre él todo desnudo,
la oscura luz del eclipse de la muerte se vertía.
A los ojos de Adriano, su dolor era miedo.


Incontables son los ejemplos en la literatura contemporánea universal. Una aportación interesante en lengua española se debe a la pluma del argentino Daniel Herrendorf y sus Memorias de Antinoo (2000), que intenta reflejar, mediante un existencialismo surrealista pulcramente desarrollado, la otra cara de la moneda de aquella historia de amor, desde una perspectiva más carnal, o la recién salida a las librerías La coartada de Antínoo, de Manuel Francisco Reina (2012), que en primera persona narra la historia del joven bitinio justo el día antes de su muerte.


Atínoo en escena

De una forma inconsciente o deliberada Antinoo también ha sido recurso cinematográfico para muchos directores de cine gay. Sin embargo, hasta ahora no contamos con ningún largometraje que aborde de lleno el trasunto de esta historia de amor entre hombres vivida en pleno Imperio Romano. El director John Boorman, autor de filmes tan conocidos como Zardoz, El exorcista II o Excalibur, ha proyectado la realización de una película basada en la novela de la Yourcenar, con el título en inglés, Memoirs of Hadrian, cuyo estreno, previsto para el año 2008, aún no se ha producido a estas alturas.

En la esfera del arte plástico, de un tiempo a esta parte Antínoo ha captado la atención del mundo académico a través de exposiciones monográficas. Entre los años 2004 y 2005 tuvo lugar en el Museo de Pérgamo de Berlín la muestra Antínoo, amado y dios. Poco después, Antínoo y el rostro de la Antigüedad, organizada en la ciudad de Leeds por la Fundación Henry Moore, volvió a recrear en 2007 todo el ideal artístico generado a través de la imagen del joven bitinio. El último montaje expositivo se centra en la devoción de Adriano por su favorito y lleva por título Antínoo. La fascinación de la belleza. La muestra, que tiene lugar en los restos del Antinoeion romano, junto a Roma, permanece abierta hasta el 4 de noviembre de este año 2012 y pretende captar la atención del público cara a la restauración prevista del mausoleo para el 2013.


Los amantes de Antioópolis

Un extraño hallazgo se entrecruza con la fascinante historia de Adriano y Antínoo, añadiendo nuevas evidencias que hacen del amor entre hombres una práctica más normalizada en aquellos tiempos antiguos de lo que algunos quieren hacernos creer. En la excavación de la ciudad de Antinoópolis -actual El-Sheij Ibada-, que dirigió el arqueólogo John Albert Gayyet entre 1896 y 1911, apareció un tondo funerario, pintado sobre madera, al estilo de las pinturas de gran realismo que cubrían las momias de El Fayum.

Lo extraordinario de este tondo, guardado en el Museo de El Cairo (Egipto), es que representa los retratos de dos hombres que probablemente fueron enterrados juntos. La historiografía tradicional los identificaba como hermanos, una mojigata interpretación que cae por su propio peso, dado el escaso parecido de los dos difuntos -el uno es de tez blanca y el otro de piel morena-. La pieza se data entre los años 130 y 150 d.C, esto es, fue realizada en los años siguientes a la muerte de Antínoo. Por sí esto no fuera suficiente, se observa que detrás del hombre de la izquierda aparece la imagen del dios Antínoo-Osiris, de lo que puede suponerse que ambos pertenecían al culto de la nueva deidad.


Un mito eterno

Decía el británico Royston Lambert que el escándalo fue lo que mantuvo viva la memoria de Adriano. Los padres de la Iglesia contribuyeron a la mitificación de este amor profano tan extraordinario como intenso. Por otra parte, la historia de amor y muerte que se cuenta fue otro de los motivos que contribuyeron a la rápida deificación del bello esclavo, en una etapa de armonía y prosperidad sin precedentes por todos los confines del Imperio romano. De otra forma no se explicaría que el culto de Antínoo sobreviviera hasta bien entrado el siglo V, esto es casi tres siglos después del reinado de Adriano, como sucedió en realidad.


Con el paso de los siglos, la bella historia de amor entre Adriano y Antínoo ha llegado hasta nosotros casi intacta. Y no sólo como contribución impagable para la historia de la homosexualidad. El mito de Antínoo trasciende a la misma relación establecida entre los dos hombres. Por encima de todo, a través de la historia creada en torno al último dios del mundo clásico -como lo definió Francisco de la Maza-, las dualidades del amor y la muerte, el tiempo y la memoria, la religión y la magia, lo antiguo y lo nuevo, la belleza y el poder, cobran hoy un nuevo sentido.

Por los tres años vividos junto a Fran, mi adorado y bello Antínoo...


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