domingo, 15 de octubre de 2017

Jerzy Bielecki & Cyla Cybulska



A setenta y tres años de la creación del campo de concentración nazi de Auschwitz (Polonia), sin duda el más cruel por el número de personas que allí fueron asesinadas, resulta inconcebible que una historia de amor haya surgido en medio de un espectáculo espantoso de muerte y desolación.

El origen de Auschwitz y sus primeros “invitados”.

Si bien este campo de concentración es recordado por ser el epicentro de la llamada “solución final” contra los judíos, en sus inicios fue concebido con dos claros objetivos: sostener la maquinaria bélica alemana y eliminar, ya sea por inhalación o por falta de atención médica, a todo aquel que fuese considerado enemigo de la ideología nazi.
El campo fue creado en los primeros meses de 1940, en el pequeño poblado polaco de Oswiecim, rebautizado Auschwitz por los alemanes. El lugar designado fue un pequeño complejo de barracones del desintegrado ejército polaco.
Los primeros en llegar al sitio fueron presos políticos, soldados, civiles armados, o todo aquel que fuese sospechoso de formar parte de la resistencia polaca. Entre esos setecientos prisioneros se encontraba Jerzy Bielecki, un joven polaco de confesión católica, de tan solo 19 años. Una vez arribado al campo, se le tatuó el número 243, una marca que todos los sobrevivientes de Auschwitz llevarían por el resto de sus vidas.

Varios años después de haber sobrevivido a esa terrible experiencia, consultado al respecto, Bielecki dijo nunca haber olvidado las palabras de un oficial alemán, una vez llegados al campo: “Perros polacos, este es un campo alemán, no un lugar de paseo, van a trabajar aquí hasta la muerte”. También les dijo, seguramente de forma sarcástica, que a los que trabajasen bien les daría chance de vivir tres meses, nueve meses a los ladrones o todo aquel que matara un compañero, mientras que a los sacerdotes y judíos, no más de tres semanas.

Bielecki sabía hablar perfectamente alemán, lo que le permitió tener “un poco más de suerte” que el resto de los prisioneros, pues tanto a él como a otros que poseían esa habilidad, les fueron encomendadas tareas que requerían contacto con oficiales o soldados de las SS. Así, por dos años, Jerzy Bielecki trabajó como mecánico y jardinero, entre otras tareas. Finalmente, en 1943 fue designado para trabajar en los almacenes de granos.

Por pertenecer a la primera oleada de prisioneros, el joven polaco fue testigo de la evolución del campo. Al respecto, entrevistado para un documental de BBC, Bielecki cuenta que el siguiente gran contingente de prisioneros arribó en julio de 1941.

Esa linda chica judía

Si bien en Auschwitz se cometieron todo tipo de atrocidades desde su creación hasta 1942, sería a partir de este último año que se implementaría la llamada “solución final”, un macabro plan de Heinrich Himmler para acabar con los judíos de la Europa ocupada. Ese año, por primera vez comenzaron a arribar mujeres y niños.

A comienzos de 1943, llega al campo Cyla Cybulska, una joven de veintidós años de origen judío. Por su juventud, fue seleccionada conjuntamente con sus dos hermanos varones para realizar trabajos forzados, mientras que sus padres y su pequeña hermana, fueron enviados de inmediato a la cámara de gas. Días después, la seleccionaron para trabajar en los almacenes para coser y reparar sacos.

En una entrevista realizada en el 2010 por Associated Press, Bielecki comentó que el día que comenzó a trabajar en el almacén, mientras otro prisionero le indicaba lo que tenía que hacer, vio como una de las muchachas que trabajaba allí le guiñó un ojo; esto prendió la mecha del amor.

Dentro de las pésimas condiciones de vida en el campo, trabajar en el almacén permitía a los prisioneros acceder a alguna que otra ración extra de comida, probablemente robada mientras los guardias se descuidaban. Para suerte para ambos, los días pasaron y ellos siguieron allí. Entre miradas cómplices, sonrisas disimuladas y alguna que otra pequeña charla en secreto, los amantes disfrutaron de su amor clandestino por ocho meses, hasta que Bielecki comenzó a idear un plan para que ambos pudiesen escapar. La fuga.

El plan de Bielecki era suicida, pero valía la pena. Primero se contactó con otro prisionero polaco que trabajaba en la sección de limpieza para conseguir un uniforme de las SS. Luego, usando una improvisada técnica para borrar y un lápiz, cambió el nombre. Para evitar sospechas, por si el guardia conocía al oficial de inteligencia Rottenfuehrer Helmut Stehler, en vez de su nombre completo, dejó solo su apellido. Luego, consiguió robar un pase en el que escribió una orden para llevar a interrogar a la prisionera fuera del campo, en una estación de policía local. Días después, le comunicó a Cyla lo siguiente: “Mañana un hombre de las SS vendrá a buscarte para un interrogatorio. El oficial seré yo”. El día 21 de Julio de 1944, vestido de oficial y hablando en perfecto alemán, Jerzy Bielecki recoge a Cyla mientras trabajaba en la lavandería. Juntos se dirigieron a una de las salidas laterales. Una vez que llegan al puesto, Jerzy le entrega el pase al soldado que los deja pasar. Seguramente, habría que haber estado allí para vivir esos momentos de tensión, estar a un paso de la libertad, pero también a un paso de la muerte. Acerca de la experiencia, Bielecki cuenta que el temor de ser asesinado a tiros permaneció con él en sus primeros pasos hacia la libertad: “Sentí como un dolor en mi columna vertebral, pues estaba esperando ser fusilado por la espalda”. No obstante, eso no ocurrió y ambos pudieron escapar hacia los bosques. Caminando de noche y descansando durante el día, tardaron nueve días en llegar a la casa de un familiar de Bielecki, ubicada en un pueblo cercano a Cracovia (Polonia). Años después, Bielecki contaría que en algunos momentos Cyla pareció desfallecer, incluso llegó a proponerle que la dejara allí; sin embargo el valiente él la ayudó caminar.

Una vez escondidos allí, el joven decidió unirse a la resistencia polaca cerca de Cracovia, ya que habían llegado rumores de que los soviéticos venían liberando pueblo tras pueblo. Antes de partir, juraron casarse una vez terminada la guerra. En enero de 1945 los soviéticos liberan Cracovia, pero pasaron tres semanas sin que Cyla tuviera noticias de su prometido. Dada su situación desesperada y temiendo que a él lo hubiesen matado o, inclusive, que se hubiese arrepentido, la joven decide marcharse tomándose un tren hacia Cracovia. Sus planes eran partir hacia EE. UU., en donde tenía algunos familiares radicados en Nueva York. Sola, quizás desilusionada, la joven Cyla no tardó en conocer a otro muchacho que también tenía planes de emigrar a ese país.

Para cuando Bielecki llega a casa, ella ya se había marchado con su nuevo compañero. Luego de eso, ambos se casaron por separado e hicieron sus vidas, uno en Polonia y otro en USA. Él se dedicó a ser maestro en una escuela de mecánica automotriz, mientras que ella y su marido instalaron una joyería. Su marido, David Zacharowitz, moriría en 1975.

39 años después

La distancia y los años, nunca hicieron mella en el recuerdo y la duda que ambos tenían acerca del destino de sus vidas. Así entonces, en 1983, mientras Cyla le narraba su historia a su empleada, recientemente llegada de Polonia, para su asombro, esta última le cuenta que había visto a su antigua pareja en televisión, contando esa misma historia. La mujer inmediatamente comenzó a rastrear el apellido de su antiguo novio.

Según cuenta Bielecki, un día alguien llamó al teléfono de su casa en Nowy Targ (cerca de Cracovia). Al levantar el tubo y confirmar que era él, del otro lado se escuchó una risa y luego una voz femenina que dijo” Jerzy soy yo, tu Cyla

Luego de eso, ella viajó a Cracovia y él esperó con 39 rosas, una por cada año que estuvieron separados. A partir de allí, ella volvió varias veces, visitaron el memorial de Auschwitz, el antiguo escondite y otros lugares que encendieron algo más que el recuerdo. En una ocasión ella le pidió que dejase a su esposa y que retornase con ella a EE. UU. Si bien él dudó en su respuesta, el amor por su familia fue más fuerte. Bielecki recuerda lo amargo de esa ocasión, mientras entre sollozos ella le decía que no volvería más a Polonia. Luego, él siguió escribiéndole, pero ella jamás respondió.

Cyla fallecería en el 2002, mientras que Jerzy lo haría en 2011. Poco antes de morir, Bielecki diría lo siguiente: “Yo estaba muy enamorado de Cyla, mucho. Luego de nuestro desencuentro allá por 1945, a veces me despertaba gritando su nombre y luego lloraba. El destino decidió por nosotros, pero yo haría lo mismo otra vez”

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