jueves, 22 de marzo de 2018

Billie Holiday & Louis McKay



La sola mención de su nombre evoca en nosotros la imagen de la negra cantante de jazz, de prodigiosa voz y turbulenta vida. Nos basta con cerrar los ojos y entonar una de sus conmovedoras interpretaciones para entrar en éxtasis:

‘De los árboles del sur cuelga una fruta extraña / sangre en la hoja y sangre en la raíz / cuerpos negros balanceándose en la brisa sureña’.

Así cantaba Billie en 1939 uno de sus temas legendarios, Strange Fruit. La intérprete tiene entonces veinticuatro años y empieza a libar las mieles del éxito: ha conseguido su primera presentación como líder, en el Café Society del Greenwich Village neoyorquino y no duda en incluir el tema en su repertorio. Su voz quebrada por la emoción, fluye de su garganta rotunda y doliente, estremeciendo al auditorio.

Billie ‘es la canción’, un ‘strange fruit’ surgido de la miseria y el desamor, apaleado, resucitado y hundido, reencontrado y finalmente muerto en vida. En ella evoca a sus hermanos del sur, linchados por ser culpables de un único pecado, el color de su piel.

Ella es la niña negra fruto de la unión de una joven de 13 años con Clarence Halliday, un guitarrista de jazz que solo le aventajaba dos años más. El músico, demasiado joven e inmaduro para abordar la paternidad, abandonaría a madre e hija a su suerte pocos años después. Eso sí, la pequeña llevaría su apellido, y le dejaría además el que sería su nombre artístico, Bill, porque para él su pequeña parecía un chico.

La pequeña Eleonora Flanagan crecería en el Baltimore de entreguerras, al cargo de su madre, que no al cuidado, puesto que la joven poco podía ocuparse de ella: negra, pobre y sin estudios, se vio obligada a alternar trabajos de asistenta y prostitución. Mientras, la niña quedaba al cargo de familiares, conocidos o vecinos, quienes, como es de esperar, se ocupan de ella poco y mal.

Sería uno de estos últimos, un tal Wilbert Roch, quien la violaría cuando contaba solo diez años, aunque un jurado racista la consideraría culpable a ella , no se sabe muy bien de qué, al tiempo que solo condenaría a tres meses de prisión a su agresor. A raíz de este suceso, Eleonora sería internada en un reformatorio católico, Good Shepherd, centro del que no saldría hasta tres años después. Por aquel entonces su madre trabajaba en un prostíbulo de Harlem, y allí pasaría ella también los siguientes años. Eleonora logró ser todo lo feliz que las circunstancias le permitían, gracias a una antigua gramola de la que emergía la prodigiosa música de Louis Armstrong y Bessie Smith. Ellos serían su’ salvación’. La joven aspirante canturreaba y bailaba al son de la misma mientras hacía camas y limpiaba retretes.

Pero la sordidez que la rodea la envuelve en sus redes y pronto empieza a prostituirse, lo que le lleva de nuevo a la penitenciaría. Al salir continúa prostituyéndose pero también decide probar suerte con la música y empieza a cantar en los bares de Harlem. Hasta que un buen día llega al Pod’s and Jerry’s. El cabaret será transcendental para su carrera: allí logra ser contratada por 18 dólares semanales. La joven aspirante tiene solo dieciséis años y se contonea entre las mesas para solaz de los habituales, que la jalean mientras consumen sus cervezas. Eleonora fuma marihuana y empieza a consumir alcohol con propiedad.

Un buen día aterriza en el local John Hammond, consumado cazatalentos productor de Columbia, que vislumbra al diamante en bruto y decide lanzarla al estrellato. La artista en ciernes cambia su nombre por el Bill de la infancia, y empieza a recorrer escenarios y a grabar temas. Ahora es Billie Holiday cantante de blues, consumada intérprete de jazz . Su primer disco, Your Mother’s Son-in-Law, grabado en 1933, le hace ya un hueco entre los grandes del momento. Billie asciende rápidamente y pronto es una estrella.

Pero fuera de los escenarios, Billie vuelve a ser aquella niña negra dejada de la mano de Dios. Su color de piel le impide el acceso a ascensores y entradas privadas, vetadas a los negros, y, pese a su relevancia, su sueldo no es ni con mucho equiparable al de los artistas blancos.

En 1935 debuta en el prestigioso teatro Apollo (meca de la música afroamericana), y poco después aparece en un cortometraje junto al gran Duke Ellington. Billie actúa con diferentes bandas, en una de las que conocerá al que será su mejor amigo, el malogrado Lester Young, quien la bautizará con el sobrenombre de ‘Lady Day’ . Una ilusionada Billie protagoniza giras y logra actuar junto a los grandes, entre los que se encuentra su admirado Louis Armstrong.

La década siguiente es sumamente prolífica: Billie graba cerca de 200 canciones, algunas de ellas piezas magistrales del jazz como Our love is diferent, Love My Man o Fine and Mellow junto al mencionado Lester Young, dos años antes de su trágica muerte.

Pero al tiempo que madura como cantante empieza a probar psicotrópicos, y junto a éstos aparecen los hombres, que muchas veces son quienes se los facilitan.

La vida amorosa de Billie es tan promiscua como tortuosa. Confiada en encontrar el amor verdadero, se casa en dos ocasiones: en 1941 con el trompetista Jimmy Monroe y en 1957 con el mafioso Louis McKay. Ambos matrimonios fracasan.

MacKay la destroza: al tiempo que impulsa su carrera y supuestamente la aparta de las drogas, la utiliza como máquina registradora y la muele a palos. A él dedicará su canción My Man: ‘No sé por qué tengo que hacerlo / No es honesto / Me pega, también / ¿Qué puedo hacer? / Oh, mi hombre, lo quiero tanto’.

Billie es ya una adicta, abusa de los estupefacientes y pronto se erige en la drogadicta más famosa del país. Detenida en repetidas ocasiones, es encarcelada y pierde la tarjeta necesaria para actuar en los locales nocturnos neoyorquinos de prestigio, lo que la obliga a abordar giras de dudoso postín.

Consumida por las drogas y alcoholizada, graba sin embargo Lady Satin, con la que demuestra que su voz ronca y madura continúa siendo bella.

Pero la vida de Billie se apaga. El 17 de julio de 1959, la cantante, arrestada por consumo de drogas, yace en una cama del hospital de Nueva York víctima de la cirrosis. Junto a ella se encuentra solo su perro. La muerte la sorprende y Lady Day no puede hacerle frente. Tiene solo 44 años.

‘Aquí está la fruta para que la arranquen los cuervos. / Para que la lluvia la tome, para que el viento la aspire, para que el sol la pudra, para que los árboles la dejen caer./ Esta es una extraña y amarga cosecha". (Strange Fruit, fin de la canción).

No hay comentarios:

Publicar un comentario