viernes, 1 de julio de 2016

Alfred Hitchcock y Alma Reville



La historia de Alfred y Alma empieza en un estudio, en este caso se llama Famous Players Lasky, la sucursal en Londres de una compañía cinematográfica norteamericana. El veinteañero Alfred en 1920 comienza a trabajar en la extraña tarea de diseñar los títulos explicativos de las películas mudas. 


Luego de dos años en la empresa ya puede decir que es ayudante de dirección del famoso Graham Cutts. Alma Reville, sólo un día más joven que Alfred, trabaja en la misma compañía como montajista, oficio que la entretiene desde los 16 años. Al momento que corta y pega escenitas en la compañía, la carrera de Alma ya incluye algunas incursiones como actriz en el cine mudo y ciertas colaboraciones como guionista.


Sucede que un día, el joven Alfred cuenta con esta simpática pelirroja a cargo del montaje de sus películas. Así comienza esta trama: el tímido y corpulento director se enamora, vence su cobardía e invita a salir a su compañerita de trabajo. Ella acepta y el resto es otra historia de amor tan persistente como desconocida.


Que Alfred siempre fue un maestro de la originalidad y el suspenso, no hay duda. Tal vez por eso no resulte extraña la manera tan única y exquisita en la, luego de unos años juntos, en 1924 le propuso matrimonio a su agraciada novia. Era de noche y la exitosa pareja viajaba de regreso luego de una estancia en Berlín, el barco luchaba contra las olas inquietas. 


Alfred y Alma sufrían de terribles mareos, no podía esperarse menos de tan complejas circunstancias. En ese escenario, le puso el pecho a las circunstancias y lanzó su propuesta matrimonial. Alma debe haber pensado en los años compartidos desde que se habían conocido: Alfred vivía con su madre en Leytonstone, mientras que Alma con sus padres en Twickenham y debían contentarse con pasar las noches juntos entre visitas al teatro y cenas. Decidida, Alma consideró que era el momento apropiado y con su pícara expresión inglesa, no dudó en responderle “sí”.



Comenzaron así los no tan sencillos preparativos para la boda que incluían que Alma se convirtiera al catolicismo romano. Una vez cumplido este modesto trámite, fijaron fecha y el 2 de diciembre de 1926 se realizó la ceremonia. Ambos ingresaron al oratorio de Brompton, Knightsbridge para salir como una feliz y despampanante pareja de recién casados.


El protocolo marital se cumplió a rajatabla. Después de la ceremonia la parejita llegó hasta París donde hicieron una breve parada antes de seguir viaje hasta el lujoso Palace Hotel de Saint Moritz para pasar su luna de miel. A su regreso, inauguraron su dulce hogar en un departamento en la calle Cromwell. Allí se rumorea que hacían diversas reuniones con distinguidos asistentes como el joven George Bernard Shaw. 


Sin embargo, después de un tiempo, la ciudad parecía rugir al tranquilo Alfred quien decidió mudarse al campo. Es así como el matrimonio Hitchcock adquiere una tranquila casa de campo cerca de Guildford. Asentada la pareja en la tranquilidad de la vida bucólica, en 1928, nace Patricia Alma Hitchcock, la primera y única hija del matrimonio. Dos semanas después del nacimiento, Alma estaba de vuelta al ruedo.


Si algo caracterizó a esta pareja, fue la capacidad de trabajo en equipo. Alma y Alfred crecieron juntos en la industria y aprendieron qué implicaba contar en el cine una buena historia y qué historias eran meritorias de una buena película. Alfred dirigía, Alma coordinaba. 


En 16 películas de su marido la señora Reville apareció en los créditos con su apellido de soltera como guionista o editora, en otras tantas fue la guía de los rodajes y la asistente omnipresente de su marido. A tal punto llegó su influencia que, se dice, uno de los recursos a los que apelaban para convencer a Alfred de alguna u otra cosa, era apelar a la frasecita “A Alma le encantó”.


En definitiva, ella subía o bajaba el pulgar a la hora de elegir historias, adaptar libretos, elegir actores y arreglar las posibles inconsistencias de los guiones. Alma trabajaba los diálogos y se sabe que era la primera en juzgar el corte final de las películas que le quitaban el sueño a Alfred. 


Es así como esta joven inglesa, que había trabajado como actriz de cine mudo, se convirtió en silencio en el alma mater de las películas de Mr. Hitchcock, metiendo mano no sólo como una excelente cocinera que lo acompañaba a la hora de la cena cada noche –Alfred no soportaba cenar solo-, sino en cada etapa del proceso de creación. Por algo, alguna vez Shaw, al mandarle un escrito a Alfred lo rotuló “Para el marido de Alma Reville”.


Llegó la noche del 7 de marzo y Alma se vistió de gala para escuchar la ovación que acompañaba la entrada de Alfred. Se sentó a su derecha, a su izquierda Cary Grant. Ingrid Bergman dio comienzo a la ceremonia que recorría la historia de uno de los más importantes protagonistas de la historia del cine.


 Actores, escritores y directores aparecían en pantalla encumbrando con palabras maravillosas sus películas. Cuando el discurso terminó, Alfred subió al escenario para recibir el premio. Sosteniéndolo entre las manos dijo a su audiencia: “Para Alma, sin la cual probablemente hubiera terminado en este banquete como uno de los mozos con movimientos más lentos”.


Hitchcock fallece en su casa en 1980, a los 80 años de edad y Alma dos años más tarde.


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