miércoles, 22 de junio de 2016

Sandro Botticelli y Simonetta Vespucci



“Su cutis era extremadamente claro, pero no pálido; rosado, pero no rojo. Su porte era serio, sin ser severo; dulce y placentero, sin asomo de coquetería o vulgaridad. Sus ojos vivos, no manifestaban arrogancia ni soberbia. Su cuerpo era finamente proporcionado, y entre las demás mujeres aparecía de superior dignidad. Paseando, bailando o en cualquier otro ejercicio, se movía con elegancia y propiedad. Sólo hablaba cuando era conveniente y dando opinión tan acertada, que no se podía añadir o quitar a lo que iba diciendo. Su comprensión era superior a la que pide su sexo, pero sin aparentar darse cuenta de ello y sin caer en el error, tan común entre las mujeres, que cuando sobrepasan el nivel se hacen insoportables”.


Ser el día y la noche es una tarea difícil en el universo, ser la razón de todo amanecer y ocaso en la vida humana es un trabajo que deteriora todo esfuerzo de persistencia; así fue como Simonetta Vespucci pereció en la antigua Florencia, bajo la presión de ser una fantasía y en el sufrimiento de la tuberculosis. Siendo la inspiración y el deseo de una época, el rostro de Vespucci fue la belleza hecha pasión y su cuerpo una leyenda genovesa que pervivió a través de los años.


Simonetta Vespucci parece haber nacido en Portovenere, lugar que, de cierta forma, marcó su destino, pues la traducción de este nombre puede entenderse como ‘Puerto Venus’ y con el paso del tiempo ella misma sería entendida como dicha deidad; fue en 1453 que vio por vez primera la luz del día en el seno de la familia Cattaneo y desde ahí, en un corto tiempo, se habría de perfilar a un futuro grandioso y a la vez trágico. Fue a la edad de 16 años que contrajo matrimonio con Marco Vespucci, familiar del famoso explorador Americo Vespuccio quien acompañaó a Colón en su primer viaje, hijo de una familia acomodada que prometía una alianza verdadera entre dos líneas de sangre poderosas.


Desde ese entonces, Simonetta ya mostraba rasgos de un atractivo deslumbrante y causaba el asombro de aquellos hombres que se cruzaran con su forma y la envidia o admiración de las mujeres que tenían que comparar sus atributos con ella. Todos los caballeros de dicha era florentina sucumbieron a su armoniosa figura, rápidamente considerándola como una de las féminas con más presencia en la sociedad. Instalada ya en un reino gobernado por Lorenzo de Médici, Simonetta estuvo muy de cerca a la nobleza italiana, la cual no podía calmar su fascinación por ella, gracias a las relaciones personales y políticas de su esposo Marco.


A su llegada, incluso los Médici quedaron prendados de su imagen, rivalizándose en cierta medida por su amor, aunque ambos fueron rechazados. Miembros de la corte también hicieron sus intentos por conquistarla, pero al parecer, ninguno fue jamás correspondido salvo su legítimo marido, quien no se sabe cómo reaccionaba ante el asedio de tanto seguidor.


De entre este séquito sobresale la figura de un amigo artista llamado Alessandro di Mariano di Vanni Filipepi, a quien la historia habrá de presentar como Sandro Botticelli, el pintor renacentista más famoso del mundo. Apenas habiendo conocido a esta chica rubia de serena mirada, Botticelli y otro grupo de pintores adoptaron su esplendor como modelo para cualquier obra que a partir de entonces produjeran. No obstante, Sandro fue quizá el hombre que más le amó y tuvo que guardar silencio al respecto.


¿Cuál era entonces su único medio para poder expresar esa adoración que sentía por ella? Sus pinturas. Desde el primer momento, las representaciones que Botticelli se dispuso a hacer contaron con innumerables referencias y retratos a la joven enigmática. Sandro Botticelli pasaba sus tardes limitándose a pintar su rostro, impregnando cada pincel con absoluta devoción y teniendo que callar los verdaderos sentimientos que le embargaban. Además, esto ciertamente le convenía; dada su posición como un artista a expensas del mecenazgo y la simpatía de los Médici, muy probablemente le resultaba imposible gritar su amor por Vespucci y entrar en conflicto con sus benefactores y clientes.


Estas muestras de afecto no fueron las únicas materializadas en aquellos años de suma veneración a la mujer más exquisita de la antigua Florencia; los hermanos Médici hicieron todo lo posible por rendirle tributos a su divina imagen: Lorenzo le dedicó palabras quizá no poéticas pero que en efecto describían su grandeza, y Giuliano durante una justa a caballo en la que portaba un estandarte con el retrato de Simonetta (pintado por Botticelli) le conseguía el título de “Reina de belleza”, cargo al que nunca pudo renunciar.


Mucho ruido se hizo alrededor de esta mujer, pero poco es sabido sobre qué posición tomaba al respecto, prácticamente es un misterio si se sentía halagada u obcecada por tantas miradas deseosas de su persona; se ha planteado un supuesto romance con Giuliano de Médici, pero nada se ha podido comprobar. Seguramente cargar con ese peso de diosa anhelada no habrá sido fácil; salir a las calles y a los eventos de la sociedad sin pasar desapercibida o tener que cuidar cada uno de sus movimientos debió ser una tortura sin fin, y eso hace más improbable su aceptación a cualquier oferta, incluida la mirada esperanzada de Sandro.


Aunque a lo largo de toda la época renacentista se han podido analizar varias pinturas que pareciesen tenerla como modelo, y también se ha especulado que pudo posar para el mismo Sandro, esto sería imposible. La muerte tomó a Simonetta Vespucci entre sus brazos con la tuberculosis por pretexto; con apenas 23 años, Simonetta fue un paso fulgurante de lo hermoso por este mundo y ha dado la impresión de haber estado sólo en él para cumplir un cometido: inspirar.


Ante su partida, Botticelli cayó en una depresión profunda y por los 13 años que le quedaron de vida, decidió aún con más fuerza plasmar ese rostro apacible y ese corazón amable en muchas de sus creaciones. Vespucci nunca le correspondió en la tierra tanto amor profesado más que en la fantasía de sus cuadros; muchos cuerpos femeninos que plasmó en su trabajo guardan un parecido extraordinario con esa doncella que robaba suspiros.


Simonetta Vespucci no nació en un puerto de la vieja Génova, nació en una ostra, nació de entre los árboles con sus hermanas las estaciones; ella se alejó de su estado terrenal para poder vivir hasta el fin de los tiempos en la sobrehumana morada del arte. Botticelli se encargó de inmortalizarla al pintarle como la diosa Venus que emerge del mar en total resplandor y poderío, así como otros seres grandiosos del renacimiento y propios de su estilo.


Tal fue la fascinación de Botticelli por esos rubios cabellos y ojos claros que, esperando también su inminente muerte, dejó como última voluntad el que sus restos fueran depositados a los pies de Simonetta. Petición que fue escuchada y gracias a la cual, hasta la fecha, descansan el uno junto al otro, aunque nunca hubieran podido encontrar una cercanía en vida que de verdad los uniera.


MARCOS PHOTOSCAPE
PHOTOSHOP Y GIMP
FONDO TRANSPARENTE
PARA PONER IMAGEN

Para verlos a mayor tamaño,
haz click con el ratón sobre el marco.
Después click derecho sobre la imagen y "guardar como" en una de tus carpetas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario