miércoles, 1 de junio de 2016

Gala y Dalí



En la vida existen seres humanos privilegiados que logran encontrar su alma gemela. este es el caso de Salvador Dalí

Existió una vez un Rey Español que cuando era niño, se enamoró de una bella Princesa Rusa que conoció en un sueño. Pero no era una princesa convencional, era al mismo tiempo una sacerdotisa conocedora de todas las magias de la vida y de la muerte. El sueño era tan vivido y real, que al despertar, el Rey estaba seguro de que estaba seguro de que en algún momento se haría realidad. Y en efecto, así fue; la fuerza del amor materializo todas sus ilusiones y la bella dueña de los sentimientos del rey se convirtió en una mujer de carne y hueso que vivió para hacerlo feliz hasta el final de sus días.


Parece un cuento de hadas convencional y, sin embargo, se trata de una historia de amor de nuestro siglo: Rey Español Salvador Felipe Jacinto Dalí Doménech y la Princesa Rusa Helena Ivanovna Diakonova, su adorada “Gala”.

Hablar de Salvador Dalí es tarea de titanes, e intentar develar los verdaderos misterios de su amor es aun más difícil. Nacido en figueras, España, el 11 de mayo de 1904, Salvador Felipe Jacinto Dalí Doménech desde su llegada al mundo fue un niño diferente. Sus padres habían tenido otro hijo siete años antes y lo habían perdido recientemente, por lo que volcaron todo su amor al recién nacido que venia a llenar el vació familiar.


Mimado en exceso, sus naturales convicciones de superioridad y grandeza se intensificaron, permitiendo que su fructífera imaginación volara a alturas insospechadas. El se sentía un Rey y actuaba como tal, con la profunda convicción de que su grandeza algún día seria reconocida por todo el mundo.

Cuando tenia 7 años comenzó a asistir a la escuela publica, donde el contacto con los niños pobres de la ciudad lo hizo sentir aún más que él era diferente. Por eso evitaba relacionarse con sus compañeros, prefería permanecer culto en un mundo propio que inventaba. Pero fue allí a los 7 años, cuando por primera vez vio a quien sería el amor de su vida.


En casa de su profesor había un pequeño teatro mecánico que representaba escenas de lugares distantes, y una de ellas mostraba un paisaje Ruso, con una niña en él. Ella se convirtió en su sueño, en su idealización del amor; y como buen alquímico mental, y desde ese momento presintió que esa mujer sería la única dueña de su corazón.

Y comenzó a poblar su mente con las primeras fantasías amatorias, en las que protagonista (la dulce niña rusa) era todo lo que necesitaba. Así creció amando una imagen que se le aparecía en sus frecuentes alucinaciones. Porque para Salvador Dalí existían dos mundos: ambos reales y tangibles, capaces de crear en él sensaciones de placer y dolor.


El tiempo fue pasando y cuando una chica le llamaba la atención, era porque de alguna manera tenia cierto parecido con la imagen de su sueño. Entonces trataba de encontrar en ella todas las cualidades que le había atribuido a su heroína y al no hallarlas, se desilusionaba, creando dentro de su mente hipersensibilidad un terrible sentimiento de frustración.

El estaba convencido de que el amor era algo tan profundo y dramático como la misma muerte, y le parecía que el amor y la muerte estaban indisolublemente ligados. Es más, la imagen de si mismo dándole muerte al objeto de su amor, lo enardecía y le parecía que ese acto le causaría un placer infinito.


Su adolescencia fue dramática. Su mentalidad muy avanzada para su época, unida a ese temperamento teatral que poseía, no le permitían darse el lujo de fracasar , actuaba de forma extraña, controversial, pero nunca de manera que fuera contra sus más íntimos deseos. Sin embargo, internamente Dalí era tímido, y sentía terror de enfrentarse al momento de hacer el amor, pues temía ser impotente. Por tal razón, sus relaciones amorosas se mantenían siempre en un punto casi platónico, de que él mismo no se permitía avanzar. Besos , caricias, bromas y luego la ruptura.

Ya de adulto, se sentía rechazado por las mujeres y no tenia valor para abordarlas. El mismo decía: “Antes de Gala, no había logrado encontrar una mujer elegante que mostrase interés en mis fantasías eróticas, ninguna clase de mujer ¡ fuese o no elegante! Había recorrido las calles como un perro, muerto de deseo; pero nunca había podido hallar nada y, si por un segundo ocurría el milagro, mi timidez me impedía abordar a la mujer que me habría gustado conocer. ¡ me parecía tan natural que todas las mujeres se lanzasen a la calle cada tarde, con el cerebro atormentando por la misma idea, las mismas fantasiaza eróticas que me asaltaban! A veces, solo para entretenerme, cuando me hallaba en lo más hondo del desaliento, emprendía la persecución de una mujer Fea, le lanzaba mis miradas más apasionadas, no le quitaba la vista ni un instante, la seguía en la calle, subía al mismo tranvía y me sentaba a su lado, e intentaba, con suavidad y cortesía oprimir su rodilla. Entonces ella se levantaba con aire ofendido y cambiaba de sitio”.


Pero en 1929, cuando tenía 25 años, todo cambió para él. Recién entonces comenzaba su obra a ser admirada de en los exclusivos centros artísticos de París. Una tarde el poeta surrealista Paul Eluard llegó a visitarlo con su esposa.

Dalí no sospechaba que esa visita transformaría por completo el rumbo de su vida. En ese entonces Dalí padecía de incontrolables ataques de risa, que aparecían justamente en los momentos menos oportunos y que podrían durar hasta veinte minutos.


Estando en uno de ellos, vio a Gala por primera vez. en es instante ni siquiera le prestó mucha atención, tan inmerso estaba en sus carcajadas.

Gala tampoco reparó en el; estaba cansada y prefirió marcharse al hotel. Unas horas más tarde, se reunieron nuevamente con unos amigos y, por primera vez, sus miradas se cruzaron y ambos sintieron ese escalofrío premonitorio de estar enfrentándose con el destino.

Gala (Helena Ivanovna Diakonova) era Rusa nacida en Kazan, 1894 para esos días ella contaba con 35 años y era la esposa de uno de los más reconocidos poetas de aquella época.


Podrían ser considerados un matrimonio “Perfecto”: él culto, amante del arte y bien parecido; ella, alta, esbelta, elegantísima acostumbrada a la nueva vida. Ambos acaparaban la atención en los mas exclusivos grupos de intelectuales de la época.

Enseguida Salvador Dalí comprendió que la niña rusa de sus sueños infantiles se había materializado y temblaba de pánico, pues sabía que estaba atrapado en sus redes.


Ella por su parte, no pudo sustraerse a la atracción que le causaba aquel hombre excéntrico que no paraba de reír. Pronto se convirtieron en inseparables; se pasaban las tardes juntos caminando por la orilla del mar, hasta que Paul Eluard, dándose cuenta de que su esposa estaba embrujada por aquel hombre extraño, se marcho de París, dejándoles el espacio abierto para que se pudieran disfrutar plenamente de su amor.

Entonces llego el gran día, que él tanto había temido. Fue en la playa, junto a un enorme risco. Ella, vestida de blanco, caminando junto al acantilado, lucia tan frágil y fuerte al mismo tiempo, era tan real y tan efímera, justamente como él la había visto siempre en sus pensamientos: tangible e inalcanzable.


Ella le tomo de la mano y la pasión contenida se desbordó. Salvador Dalí pudo demostrarse a si mismo que era todo lo hombre que deseaba, y cuando finalmente quedó saciado de placer le pregunto a ella qué deseaba que él le hiciera.

La respuesta lo impacto: “Quiero que me mates”fueron las palabras que pronunció aquélla mujer, y que resultaron ser un conjuro mágico que los ató a ambos de por vida.

Dalí, que siempre había soñado con asesinar el objeto de su amor, se sintió descubierto por aquellos ojos almendrados que le suplicaban la muerte, que lo consideraban digno de realizar ese acto, ella comenzó a explicarle como debería matarla, con lujo de detalles; también le hablo de sus tristezas y ansiedades, y las razones que tenia para desear la muerte, por considerarla un escape a todos sus tormentos. Esta conversación liberó del alma de Dalí sus eternos miedos, sus angustias, y hasta su risa histérica desapareció.


Al fin había encontrado su alma gemela. No les importaba el mundo; desde ese momento, y para siempre, solo existieron ellos dos.

La familia de Dalí se puso furiosa por la relación. El padre decía que era insoportable que su hijo saliera con una rusa drogadicta y casada, y consideraba que el dinero que Dalí estaba percibiendo era por vender drogas, pues no podía creer que las pinturas de su hijo estuvieran cotizándose tanto; así que se negó a recibirla más en su casa. Gala se olvido se su marido y se consagró por entero a Dalí, convirtiéndose en la única persona que podía prácticamente adivinar todos sus pensamientos.


Juntos vivieron etapas difíciles, sobre todo al inicio de su relación, cuando ella se separó definitivamente de su marido y el mundo entero se confabuló contra ellos.

Como ambos eran amantes de la buena vida, despilfarraron rápidamente todo lo que tenían y pronto se vieron con grandes dificultades económicas.

Pero juntos también disfrutaron las épocas de gloria, del triunfo espectacular de Salvador Dalí. Sobre todo de la plena realización de ambos a través del amor.

Aun que jamás les importó el qué dirán, contrajeron matrimonio en 1935.


Los hijos no entraron nunca a formar parte de los planes de la pareja; sentían que todo su ser debían consagrárselo enteramente uno al otro, sin compartir ese amor con nadie. Gala se convirtió en la musa inspiradora. El modelo que aparecería en la mayoría de los cuadros de su marido, la sacerdotisa que le leía las cartas todos los días y le pronosticaba el porvenir, la única persona capaz de darle calma al inquieto espíritu del genio catalán.

Dalí jamás le fue infiel, decía que era imposible traicionar a su sombra. Según sus propias palabras:

“Gala se convirtió en un elemento catalítico fundamental en mi vida. Mis memorias visual y afectiva han trascendido por ella.


Gracias a ella, a su amor, a su total aceptación, yo he podido proyectar las imágenes internas y plasmarlas en algo real y concreto. Ella es indispensable para mi, porque gracias a ella oye podido, madurar, conquistar y dominar el mundo.

Gala es la sal de mi vida, al fuerza de mi ser, mi guía, mi doble”.

Ella lo acompaña a todas partes, era su amuleto de buena suerte. Cada exposición, cada discurso, cada premio que recibía, no tenían ningún valor si ella ni lo compartía con él.


En sus pinturas, cada que vez que necesitaba plasmar de alguna manera la belleza y el ideal femenino, utilizaba a su adorada esposa de modelo.

Y tanto quiso perpetuar su imagen que mando a hacer un holograma de una pintura tridimensional en la que aparecen los dos, para plasmar completamente la realidad de esa mujer a quien consideraba el ser más perfecto que existía.

La muerte de Gala, el 10 de junio de 1982, dejó al pintor sumido en la mas profunda tristeza. De forma voluntaria se recluyó en su casa, y prácticamente se negó a salir y a recibir visitas.


Así, viviendo como un monje de clausura, esperó con paciencia el momento de morir, ese momento que tanto había añorado desde niño, pues consideraba que era algo así como volver al útero materno, del que él hubiera deseado no salir jamás.

Y sin el amor y la presencia de Gala no podría haber dicha mayor para su espíritu genial, que refugiarse definitivamente en las mismas brumas que acogieron a su adorada Gala.

Cuando le hablaban de su grandeza y de la influencia que su arte y su personalidad había causado sobre todos los pintores contemporáneos y sobre los pensadores del momento, y le pedían que explicase cuál era el secreto de su fama y éxito, respondía:

“el secreto de mi influencia ha sido siempre el de ser secreta, y el secreto de la influencia de Gala ha sido el de ser doblemente secreta. Yo poseía el secreto de permanecer secreto. Gala poseía el secreto de permanecer secreta dentro de mi secreto. a veces algunos han creído haber descubierto mi secreto; pero eso era imposible, porque no era mi secreto, sino el de Gala”.


Un problema cardiaco y una neumonía que lo tenía postrado desde hacía varios días, arrancaron el último suspiro de este rey de la pintura universal, el 23 de enero de 1989, pero el amor idílico de Gala y Salvador Dalí permanecerá vivo eternamente.

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